De mi amigo José M. Roca
Hace unos días, Aznar convocó en Sevilla a viejos camaradas para celebrar el vigésimo aniversario del congreso en que sucedió a Fraga en la jefatura del partido (disculpen la terminología joseantoniana, pero viene al caso). Tras la fallida etapa de Hernández Mancha, en aquel congreso Aznar fue señalado por el dedo de Fraga para cerrar filas y conducir el Partido Popular a la victoria (perdón, a La Moncloa). A partir de entonces se preparó el asalto al poder aprovechando el deterioro del Gobierno de Felipe González, y comenzó una etapa de crispación, que aún no ha cesado, en la que se apuntaba el estropicio anunciado por Aznar en su libro “La segunda transición”, que no era la marcha del Partido Popular hacia el centro del espectro político, sino un retorno al franquismo y a usos políticos que eran propios de la dictadura.
La corrupción de la etapa de González (Filesa, Malesa, Renfe, etc) dio alas al discurso de Aznar sobre la regeneración política, emitido cínicamente sobre una supuesta honradez, pues similares sospechas de financiación irregular recayeron sobre el PP, con la ventaja para éste, de que el caso que afectaba a su tesorero, Rosendo Naseiro, no se pudo juzgar por un defecto de forma en la instrucción.
Apoyándose en tan favorable circunstancia pudo prosperar la idea lanzada por Aznar de que el Partido Popular era incompatible con la corrupción, que en la reciente reunión de Sevilla volvió a resaltar con la solemnidad que le es propia: El Partido Popular era, y debe seguir siendo, incompatible con la corrupción. Debemos estar siempre alerta, no restar nunca valor a la honradez, y no tolerar nunca ni minimizar la corrupción. El PP que surgió de Sevilla fue implacable contra la corrupción, y creo que nuestros militantes nos exigen que así siga siendo. Ante lo cual cabe pensar que en FAES no reciben la prensa diaria o que el gran timonel, entre las clases de inglés y las flexiones abdominales, no tiene tiempo de leer los periódicos y enterarse de lo que pasa en las instancias más altas de su partido.
Sin embargo, la trama Gurtel se montó en los años victoriosos de Aznar, con la complacencia de todo el partido. Son numerosas las evidencias de contratos con empresas de la trama, y la presencia de Francisco Correa y Álvaro Pérez entre los escogidos invitados a la principesca boda de Ana Aznar y Alejandro Agag, sugiere algo más que unas frías relaciones comerciales entre los cabecillas del negociete y el entonces presidente del Gobierno y padrino de la novia, en aquella ceremonia nupcial en la que no todo era trigo limpio, a pesar de tanto relumbrón.
Con el mandato de Aznar no se inicia una época de regeneración política, sino que, abatido el adversario y calificado su mandato con la repetida coletilla paro, despilfarro y corrupción, la corrupción política, por lo general, cambia de signo y de actores pero no desaparece.
Los años victoriosos de Aznar no están exentos de casos de corrupción, sino al contrario, pero están bien escondidos. En primer lugar porque la prensa amiga, que había servido tan bien para criticar acerbamente los casos de corrupción del PSOE y extender un velo de sospecha sobre el Gobierno de González, cambió de registro y se convirtió en incondicional pregonera del gobierno de los genoveses. En segundo lugar, porque, con un PSOE en crisis, IU pagando el precio de las imprudencias de Anguita y el apoyo de los partidos nacionalistas (Aznar hablaba catalán en la intimidad y Arzalluz se deshacía en elogios sobre él), el PP careció de oposición. En tercer lugar, porque no se endurecieron los controles ni se extremó la vigilancia de los mecanismos del Estado para prevenir y combatir la corrupción, sino todo lo contrario, lo cual convenía también al modelo de gobierno autoritario que Aznar traía en el zurrón.
El régimen democrático, por imperfectos que sean sus controles, y el Estado de derecho, por menguada que esté la administración de la justicia, son estorbos para ejercer el poder de modo autoritario y para la corrupción. Poder autoritario y corrupción suelen ir juntos, porque sin control ni vigilancia quienes gobiernan tienden al exceso, cuando no lo fomentan directamente. En 1996, una derecha envalentonada por la victoria sobre el largo mandato de González, recuperó un poder que considera suyo desde hace siglos y entendió el fracaso de la justicia ante el caso Naseiro como un certificado de buena conducta y una prueba de perpetua impunidad. Y así ha seguido desde entonces, sin admitir la más mínima crítica sobre su probada falta de honradez.
Ante el peso acusatorio de un sumario de 50.000 páginas, Arenas que vuelto a dar lecciones de honestidad y democracia, y el ex ministro Álvarez Cascos, siguiendo el camino trazado hace tiempo por el ex ministro Trillo, ha acusado a la policía de haber fabricado el caso. Rajoy no dice nada, pero tampoco hace. Es incapaz de librarse de la herencia de Aznar, que fue quien, siguiendo la tradición de la casa, le nombró sucesor. Y en el acto de Sevilla se lo volvió a agradecer con estas palabras: Quiero agradecer a Aznar lo que ha hecho por el partido y por España, y, a título personal, lo que ha hecho por mí.
Es de bien nacidos ser agradecidos, pero, aquí, de tal virtud se resiente el erario público, porque el caso Gürtel, además de a la falta de probidad de unos gobernantes, se refiere a eso que tanto le gusta citar a Rajoy cuando habla de la crisis: el dinero de los españoles.
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