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miércoles, 3 de febrero de 2021

Exilio moral de Iglesias. Teodoro León

 El exilio moral de Iglesias... en Cataluña. Teodoro León Gross. 22-01-21

Hay demasiados paralelismos entre el nacionalpopulismo ‘procesista’ y el nacionalpopulismo ‘trumpista’

No deja de asombrar la naturalidad con que algunos aplauden a rabiar los mensajes inaugurales de Biden como verdades reveladas en el Monte Sinaí —unidad nacional, defensa de la Constitución y de la democracia demasiado frágil, valor de la verdad frente a los hechos alternativos…— sin percibir contradicción alguna con seguir defendiendo las virtudes del procés. Sin establecer un paralelismo, hay demasiados paralelismos entre el nacionalpopulismo procesista y el nacionalpopulismo trumpista como para soslayar la cuestión: el desprecio por la legalidad, la refutación del Estado de Derecho, la fabricación de verdades.... asuntos medulares, pero ahí siguen erre que erre, como si pudiera convivir la denuncia radical del trumpismo con la defensa apasionada del procesismo.

Claro que, puestos a asombrarse, nada como ver ahí a un vicepresidente del Gobierno de España. Al cabo, en Cataluña llevan muchos años confundiendo territorio y verdad, urnas de Todo a 100 y democracia 100%, entre ficciones históricas y consignas vía TV3; pero Iglesias equipara a Puigdemont y los exilados del franquismo. Este periódico le invitaba a rectificar; pero él, atrincherado en Twitter, replica que no va a “criminalizar el independentismo”. ¿A quién se le hubiera ocurrido pedirle que respetase una sentencia del Tribunal Supremo? En todo caso, nadie le reclamaba eso, sino rectificar la comparación de un golpista que huye de la legalidad con ciudadanos de un régimen legal que huían de golpistas. Eso es una frontera moral.

Resulta ilusorio que Iglesias vaya a rectificar, salvo cálculo posterior. Él sabe que su criterio del exiliado podría incluso servir para García Juliá en sus décadas brasileñas, después de los crímenes de Atocha desde ideas ultraderechistas. Iglesias no es un ignorante y tampoco un estúpido; lo que deja poco margen a la interpretación. Sin duda cree que el nacionalismo catalán le fortalece, y además está en vísperas electorales: a diferencia de Galicia y Euskadi, su legislatura está agotada; carece de presidente investido; no hay confinamiento completo... Iglesias, en fin, actúa calculando el beneficio electoral, y el coste moral le resulta irrelevante.

El pragmatismo populista resulta peligroso. Lo ocurrido en EE UU hubiera podido ser un buen espejo para valorar, más allá de la literatura académica, cómo se degradan las democracias, y quiénes. Sin embargo, para el populismo maniqueo de buenos y malos, de conmigo o contra mí —lejos de mensajes complejos para adultos— Biden sólo es el Antitrump. Nada importa su defensa del Estado de Derecho, bah; su concepto de estrategia nacional, aquí desarmada; la separación escrupulosa de poderes, mientras aquí a La Moncloa le cae una denuncia del Poder Judicial por amplia mayoría; o que la portavoz de la Casa Blanca proclame “siento un profundo respeto por la prensa independiente en democracia”, mientras aquí el segundo partido de la coalición hasta publica un panfleto para atacar a periodistas y periódicos. Acabado Trump, ya nada de esto importa. Para el seriófilo, sólo es un capítulo acabado. A otra cosa.

 

lunes, 1 de febrero de 2021

Exilios. Jorge M. Reverte a Iglesias

 Exilios.Jorge M. Reverte. 22-01-21

No hay que hacer introducciones muy largas. Si queda tiempo, lo razonamos. Pablo Iglesias tiene poca inteligencia, o es poco leído

Hasta tal punto lo es que cabe preguntarse si un Gobierno de coalición que le tenga como vicepresidente es sostenible. Lo es difícilmente, si nos fijamos en la seguridad con la que se mueve mientras dice la gran vulgaridad de que él no va a ser un criminalizador del independentismo.

Al parecer, nadie le pedía eso. Y, también al parecer, lo que le falta al líder de Podemos es alguna lectura sobre el final de la Guerra Civil que le cuente por qué y de qué huían los más de 400.000 republicanos que cruzaron hace 82 años la frontera con Francia. Le avanzo, por si se decide a leerlo, una cosa: no era del Estado de derecho de lo que huían.

Quizás le pille muy lejos esa fuga, y es posible que demasiado cerca la de Puigdemont.

Mientras, no le vendría mal a Pablo Iglesias leerse un libro en el que su autor, Carlos Sebastián, ha gastado unos años de su vida para mostrar, felizmente a mi juicio, que el capitalismo bajo cuyas leyes nos regimos, ha generado durante el siglo XXI más desigualdad de la que había antes con un menor dinamismo social a cambio: El capitalismo del siglo XXI (Galaxia, 2020).

A lo mejor en ese campo se manejaba de forma más eficiente Iglesias que en el terreno siempre agreste de la historia reciente.

Las batallas que tienen que librarse aún en el seno del propio Gobierno son muy jugosas, con una enorme cantidad de prisioneros por capturar. ¡Y de los propios, que valen más! No puede haber nada más satisfactorio que presentar las cabezas de quienes se han opuesto a los designios de Iglesias.

Los avances del Gobierno han sido, según su vicepresidente, frutos de sus iniciativas, que han vencido las resistencias de la socialdemocracia en cada ocasión. Ahora se trata de algo que puede significar millones de votos: la cuantificación del coste de las pensiones. De nuevo, Escrivá y los socialdemócratas contra los revolucionarios genuinos que encabeza Iglesias.

Todo está en el libro de Carlos Sebastián. Todo, menos la manera de afrontar la historia por un progre. Es una desgracia, pero ya les ha pasado a otros antes: no hay manera de hacerse amiguito de fascistas étnicos, como pretende Iglesias.

Algo tendrá que leer.

sábado, 30 de enero de 2021

'Por no callar'. Manuel Vicent

 ‘Por nocallar’. Manuel Vicent. 24 enero 2021

‘’El 27 de enero de 1939 el poeta Antonio Machado cruzó la frontera francesa camino del exilio. El próximo miércoles se cumplirán 82 años. Desde Barcelona hasta Portbou, entre la riada de españoles derrotados que arrastraban carretas con colchones y enseres, Machado, en compañía de su madre y de su hermano José, no pronunció una sola queja, ninguna maldición. Lo cuenta Corpus Barga. En las paradas, sentado con el bastón entre las piernas, Machado hablaba de Fray Luis, de los clásicos latinos, recordaba historias de las tertulias en Madrid, tal vez llevaba en la memoria el sol de su infancia en Sevilla, mientras las tropas de Franco bombardeaban a la gente que corría despavorida por las cunetas, en medio de un enorme atasco de coches. Pasaron una noche en un vagón en vía muerta en la estación de Cerbère. Lejos de recurrir a los buenos oficios de la embajada de París, Machado prefirió quedarse en Colliure, donde el poeta y su madre, una viejecita casi agonizante, tuvieron que dormir en la misma cama de la pensión Quintana. El poeta sobrevivió 26 días. El domingo 5 de febrero de 1939, a las seis de la mañana, a pie por el monte bajo la lluvia y un frío glacial, Azaña y su esposa Lola en compañía de Juan Negrín cruzaron la frontera por el puesto de aduanas de Chable- Beaumont, perseguidos por los agentes de Franco, dispuestos a fusilarlos. El 29 de octubre de 2017, después de poner en peligro la estabilidad de un Estado democrático, Puigdemont decide fugarse para eludir la acción de la justicia española y monta sus reales con absoluta comodidad en Waterloo. Equiparar la fuga del pícaro Puigdemont con el exilio republicano de la Guerra Civil es una impúdica trampa que el lenguaraz Pablo Iglesias se ha hecho a sí mismo, por unos votos en Cataluña y por no callarse nunca con tal de segar la hierba bajo los pies a sus socios del Gobierno.’’

jueves, 28 de enero de 2021

'Los exilios'. Muñoz Molina

 ‘Los exilios’. Antonio Muñoz Molina. 22 enero 2021

 ''El vicepresidente segundo del Gobierno, Pablo Iglesias, que habla tanto y tan aceleradamente, con una facundia de profesor universitario acostumbrado a encandilar y a embaucar a estudiantes incautos, debería saber que hay palabras sagradas. Exilio es una de ellas. Son palabras sagradas porque expresan de golpe una vivencia radical, en lo más íntimo y en lo público y colectivo, un trance de vida o muerte que separa radicalmente a quien lo sufre de todos los demás que se han quedado a salvo. En español exilio es una palabra más sagrada todavía, porque nuestro país ha sido más fecundo que otros en dictaduras y en persecuciones, a lo largo de los siglos. Henry Kamen dedicó un libro de extraordinaria erudición a los destierros españoles, pero se dejó llevar, en mi opinión, por un sectarismo que malograba en parte su solidez de historiador. España no ha tenido el monopolio, y ni siquiera la primacía, en la expulsión de una parte de sus habitantes. La historia del mundo, y la actualidad de cada día, es un catálogo de abusos y persecuciones, de gente que lo abandona todo para huir del hambre o del despotismo o de la muerte. Pero nuestra fisonomía como país está marcada por las cicatrices innegables de los que tuvieron que irse y los que murieron lejos, y muchas de las tumbas memorables o anónimas de nuestros compatriotas se encuentran en tierra extranjera, cuando no en el destierro más negro todavía de una fosa común. Francia tiene a sus muertos insignes bajo la cúpula de solemnidad laica del Panteón. Inglaterra celebra a los suyos en la abadía de Westminster. Los nuestros están en Colliure, en Montauban, en las laderas ásperas del barranco de Víznar, en México, en Nueva York, en Puerto Rico.

A los exiliados españoles ni siquiera después de la muerte se les acabó el exilio. A Margarita Xirgu, que murió en la generosa Montevideo, donde había vivido y trabajado durante muchos años, la iban a enterrar en Barcelona, cumpliendo su deseo, pero el infame César González-Ruano, tan admirado ahora, escribió una columna injuriosa y póstuma contra ella y ni siquiera las cenizas de Margarita Xirgu pudieron descansar en su tierra. Algunos de los encuentros memorables de mi vida lo han sido con exiliados que volvían, o con hijos de los que habían muerto en el destierro. Durante años tuve el privilegio de conversar con Francisco Ayala, de preguntarle cosas y escuchar sus respuestas, que me permitían casi ver con mis propios ojos un mundo y un tiempo en los que estaban las raíces de mi conciencia política y de mi vocación literaria. Hacia mediados de los años ochenta, en el Café Suizo de Granada, que ya tenía una atmósfera como de otro tiempo, tuve una larga conversación con Juan Marichal y Solita Salinas, los dos amables y un poco espectrales, tocados por una melancolía que era personal y también histórica, porque la derrota de la República y el exilio los habían dejado como fuera del tiempo, entre la España de la infancia y la primera juventud y la América de la vida adulta, en la que nunca habían dejado de ser extranjeros. Comparar con cualquiera de ellos a esos señoritos supremacistas catalanes que aprovecharon el dinero público de todos en una mezcla de golpe de Estado y charlotada grotesca es más que una injusticia: es una vileza.

No voy a sumarme al linchamiento cínico de los que hoy se rasgan las vestiduras porque Pablo Iglesias ha infamado la memoria del exilio y ayer mismo celebraban la decisión municipal y cainita de quitar los nombres de Indalecio Prieto y de Francisco Largo Caballero de las calles de Madrid. Si Prieto tuvo que morir en el exilio mexicano sin volver nunca a su Bilbao de su alma y Largo Caballero apenas sobrevivió un año después de su liberación de un campo nazi fue por la culpa exclusiva de un régimen vengativo al que su victoria no indujo al menor rasgo de clemencia y que hizo todo lo que pudo por seguir persiguiendo fuera de España a aquellos que habían tenido que huir para no ser encarcelados y ejecutados. Pistoleros falangistas y policías inmundos viajaban a la Francia ocupada para acompañar a la Gestapo en sus cacerías de republicanos españoles. A Manuel Azaña lo salvó su muerte rápida y la protección de la Embajada de México. Lo que nombra la palabra exilio es el vendaval de desgracia que perseguía a los españoles que habían cruzado en pleno invierno la frontera de Francia y se encontraron la crueldad de los gendarmes, la indiferencia criminal de las autoridades, el desamparo de una Europa que había abandonado a su suerte a la República española y estaba a punto de rendirse al fascismo. Antonio Machado es una presencia anónima en la multitud de los españoles perdidos por los caminos. Ilse Arturo Barea se morían de hambre en un hotel de París, en la misma calle en la que sobrevivía otro exiliado sin esperanza, Walter Benjamin.

Ahora algunos nos parece que vuelven, pero eso no es una compensación porque ellos no llegaron a saberlo. La justicia poética no es justicia. Ahora vuelve Elena Fortún, porque publica su biografía y se reedita una novela tan magistral como Celia en la revolución; vuelve Concha Méndez, que se murió de tristeza en México; vuelve Josefina Carabias, porque Seix Barral publica de nuevo su retrato de Manuel Azaña. Vuelve, incluso, Manuel Azaña, en una gran exposición de la Biblioteca Nacional. Vuelven Ilsa y Barea, y vuelve Manuel Chaves Nogales, a quien María Isabel Cintas rescató del olvido en una proeza de filología y de dignidad democrática. Hace unos meses, en la noche oscura del confinamiento, murió la inolvidable Elena Aub, que había dedicado su vida entera a reintegrar la obra exiliada de su padre a la cultura española.

Vuelven pero no vuelven. Y no vuelven porque las vidas humanas son muy cortas y frágiles, y todos ellos murieron sin saber, sin imaginar siquiera, que sus obras y su ejemplo acabarían encontrando un lugar en la memoria, en la cultura, de un país tan propenso a la amnesia como a la ignorancia. El vicepresidente segundo del Gobierno, cuya especialidad política y universitaria parece ser la palabrería embaucadora, debería ser un poco más respetuoso con la palabra exilio y no pronunciarla tan en vano como pronuncia muchas otras, olvidando tal vez la responsabilidad del cargo que ocupa, y tan poco interesado en buscar la concordia pública en estos tiempos de aflicción como algunos de los mayores hipócritas que ahora se escandalizan contra él.''