sábado, 22 de julio de 2023

La abstención. Una de las claves

La abstención. Una de las claves

Para muestra un botón. En las últimas elecciones celebradas en mayo pasado, el domingo 28, la abstención en Madrid fue muy diferente según los barrios, podemos ver lo ocurrido en tres agrupamientos zonales:

1.- Hubo una abstención menor al 25% en zonas como Boadilla del Monte con el 22%, el Retiro o Pozuelo, con el 23%, Moncloa el 24%, Majadahonda, o Barrio Salamanca el 25%.

2.- La abstención subió entre el 30 al 35% en zonas como Moratalaz, Campamento, Aluche, Latina, Malasaña.

3.- Y la abstención subió por encima del 35% rebasando el 40% en barrios como Carabanchel, Villaverde, Puente Vallecas, Orcasitas.

Para las personas que desconozcan estos barrios madrileños, diremos que, en las zonas de menor abstención, la 1, vive gente rica, la burguesía madrileña de nuevo o viejo cuño y los sudamericanos con pasta, cubanos, venezolanos, colombianos, mejicanos… fieles a Ayuso. En la zona 2, vemos barrios medios, con mezcla de pequeña burguesía y trabajadores, comerciantes y autónomos, modernitos y farándula, y nuevas familias jóvenes.

En la zona 3, vemos abstenciones que en ocasiones suben hasta el 50% son los barrios obreros clásicos, amplias mayorías de trabajadores, precariado, parados, migrantes…

Madrid es un feudo de la derecha desde hace 25 años, en estas últimas elecciones, Ayuso líder del PP más cercano a VOX, arrasó, igual que en las anteriores elecciones, ganando en casi todos los distritos, fueran de ricos o pobres. Con una gestión nefasta para los intereses de clases medias, de desprecio por los trabajadores y el precariado, con manifiesto apoyo económico a los ricos, desviando fondos públicos hacia las grandes empresas y un largo etc. arrasó con muy altas abstenciones en barrios obreros y muy alta participación en barrios burgueses.

Efectivamente, las izquierdas no llegan a los barrios obreros, no terminan de consolidarse en los barrios pobres. Esto ocurre en Madrid y en otras muchas zonas de España. Miren, estudien cada cual en sus territorios.

miércoles, 19 de julio de 2023

Nos vamos a arrepentir

 Nos vamos a arrepentir. Rosa Montero 16 julio2023

Lo peor es la ostentación de su intransigencia, lo orgullosos que están de mostrarse como unos energúmenos. Quiero decir que muchos de ellos quizá tuvieran antes las mismas ideas, pero no las vociferaban de este modo. Ahora, en cambio, andan sacando pecho y dándote con sus ideas en la cabeza todo el rato, metafórica y literalmente, porque son agresivos con el tono y con los modos, pero también con los puños y los palos. Ya conté en un artículo que hace un par de meses, en el Parque Warner de Madrid, Conchi y Gema, pareja y madres de dos niños de cinco y seis años, fueron golpeadas ante sus hijos por 15 cobardes al grito de “puta bollera asquerosa de mierda”. Y en torno al Orgullo ha habido varias agresiones: en Madrid, en Murcia, en el País Vasco, en Extremadura y Andalucía… Algunos de los ataques han sido brutales y las víctimas acabaron en el hospital.../…

He escrito varias veces sobre este fenómeno; creo que en el desen­canto antidemocrático que estamos viviendo tiene mucho que ver la falsa salida de la crisis de 2008, que empobreció a una cuarta parte de la población mundial mientras que los ricos responsables de aquel colapso se enriquecieron más. Es natural que quienes salieron perjudicados piensen que esta democracia no los representa; el problema es que creen que sus salvadores van a ser los demagogos extremistas. Sucedió igual en la República de Weimar, cuando las tensiones sociales tras la crisis de 1929 contribuyeron de forma sustancial, me parece, al triunfo de Hitler.

Pero también creo que ser extremista, dejar fluir el odio y embriagarse de un furor primitivo, es un movimiento social que se ha puesto de moda. Es una especie de ola rebelde retrógrada que está anegando la Tierra. Todos los avances de la civilidad y de los derechos humanos suponen una represión, una doma de nuestros instintos peores y más básicos en aras de un bien mayor. Civilizarse exige esfuerzo, un control del egoísmo más primario, de los rencores más cenutrios. Y la tentación de la irracionalidad, de quitarse trabas y dejarse ir siempre está ahí. Sobre todo, en estos momentos de desconcierto y miedo, con la crisis climática, las pandemias, la presión migratoria, los vertiginosos cambios tecnológicos. La gente añora regresar a la horda.

Según el CIS, en 2019 un 3,8% de los jóvenes entre los 18 y los 24 años pensaban que Vox era el partido más cercano a ellos. Hoy la cifra ha subido al 12,4%. Ya digo, la rebeldía reaccionaria está de moda. Tenemos unas elecciones por delante, crispadas por las fake news e incendiadas por el odio. Como decía Muñoz Molina en un reciente y estupendo artículo, es lógico hartarse del Gobierno (de cualquier Gobierno). Pero cuidado con lo que votas. Me dirijo a toda esa gente que no aguanta a Sánchez y que siente la tentación de apagar la razón y entregarse por un rato a sus emociones más primarias. Eso hicieron los británicos con el Brexit, por cierto. Y ahora, siete años después, más de la mitad de los que votaron irse piensan que ha sido un fracaso: hoy elegiría quedarse un 58% de la población. Ojo con las elecciones. Nos vamos a arrepentir, eso os lo digo.

https://elpais.com/eps/2023-07-16/nos-vamos-a-arrepentir.html

 

martes, 18 de julio de 2023

Porfa: Un mínimo de realidad compartida

 Debates electorales e ‘infopocalipsis’.

Fernando Vallespín, 16 julio 2023

…/…No puede afirmarse que haya desaparecido la deliberación racional, pero tampoco están ausentes importantes amenazas a nuestra capacidad para entendernos, aquello de lo que tomamos conciencia a partir de los debates en los que Trump apareció como uno de los interlocutores. Un buen ejemplo de lo primero fue el reciente debate entre los portavoces parlamentarios de los diferentes partidos; lo segundo estuvo ya más presente, salvando todas las distancias, en el de Feijóo y Sánchez. No porque uno presuntamente hiciera trampas y el otro no —ninguno fue sometido a un fact-check en tiempo real—, sino porque el objetivo desde el principio, por parte de ambos, era apabullar al contrario, arrinconarlo con armas destinadas a mostrar su superioridad expresiva y de talante, no la de sus argumentos respectivos.

El resultado lo conocemos todos, lo que quizá se ignore es toda la sofisticación que acompaña a la preparación de algo así. La comunicación política es hoy un inmenso laboratorio cada vez más en manos de psicólogos cognitivos y del comportamiento, y expertos en gestión de las emociones y de la imagen. Los politólogos somos comparsas. Lo que importa es el cómo se dicen las cosas, no el qué se dice. Las ideas requieren tiempo para ser digeridas, las sensaciones son inmediatas. Por eso el discurso se llena de eso que Homero calificaría como “aladas palabras”, aquellas cuya función reside sobre todo en tener una repercusión sobre el oyente; lo que importa es su efecto, no su contenido intrínseco. Son las que vuelan directas al interior del estómago o el corazón del espectador. Palabras e imágenes.

No se hace porque sí. Es bien sabido que en nuestra cultura mediática la atención es directamente proporcional a la intensidad de la desavenencia. Solo el disenso produce espectáculo. Por eso tienen tanta presencia en nuestro espacio público las hipérboles populistas, porque se emiten sobre un terreno ya abonado para acogerlas. Aunque en el proceso desaparezca la información precisa y confiable. El bombardeo de visiones antagónicas o discordantes sobre lo que sea verdadero acaba degenerando en la aceptación de aquella visión que encaja con lo que se siente que es real o es emitida por los nuestros. A la disputa ideológica la ha sucedido así la disputa por construir realidad. Lo que hay que plantearse es si tiene sentido discutir en ausencia de un mínimo de realidad compartida. O el efecto que esto tiene para la confianza en la política: si todos acusan al otro de mentir, ¿en quién podemos confiar? No deja de ser curioso que en esta infocracia en la que vivimos, donde todo es información, datos, conocimiento, tecnología, al final haya tanta discrepancia sobre la verdadera naturaleza de lo que acontece.

https://elpais.com/opinion/2023-07-16/debates-electorales-e-infopocalipsis.html


lunes, 17 de julio de 2023

Cerca de las elecciones

 

Tenemos que hablar más de política. Coradino Vega 14 julio 2023

https://elpais.com/opinion/2023-07-14/tenemos-que-hablar-mas-de-politica.html

 ‘’Al margen de la moda de la pulserita en la muñeca con la bandera de España y el “viva Franco” adolescente, una de las consignas que más está calando en los institutos y en los bachilleratos de adultos (donde muchos alumnos quieren ser militares, guardias civiles o policías nacionales), es la negación de la violencia machista: el sentimiento de persecución y ofensa que los varones dicen experimentar ante la “ideología de género”, ... Qué hemos estado haciendo mal para que los eslóganes, los bulos y los mensajes simplistas de Vox estén calando de esa forma entre el alumnado y las familias en buena parte de clases desfavorecidas. Un fallo en la manera de enseñar la Historia y de concienciar en la igualdad, pero también de la ciudadanía en su conjunto, que ha dejado de rebatir en público esos discursos y ha dimitido del debate y los argumentos.

Uno de los grandes logros del franquismo fue que la sociedad cayese en la apatía política y el individualismo cínico. Tras el periodo de movilización social que fue la Transición, en cambio, hemos vuelto a la desgana miserable del “qué más da, si todos son iguales”, a no hablar de política, a callar ante los gritos inaceptables. Por eso, quienes conservamos la huella de aquellos años de esperanza y renacer democrático, ya sea desde el papel de los que intervinieron o de los que somos sus hijos, tenemos la obligación de no callar en los claustros de profesores, los centros de trabajo y los círculos de amigos. Tenemos el deber de alzar la voz, de contestar, de hablar alto y claro. El momento es grave. “Recuérdalo tú y recuérdalo a otros”, nos sigue advirtiendo Luis Cernuda. Si no, solo sonarán las voces de los que más gritan, de quienes siempre han estado ahí o se les han acercado sin reparar en las consecuencias o asumiéndolas mientras hacen viñetas cómicas de la izquierda. ‘’

domingo, 16 de julio de 2023

Entrevista al autor de 'Románticos y racistas'

 


ENTREVISTA | Jorge Polo Blanco: «El separatismo es un movimiento neofeudalista»

El ensayista ha publicado ‘Romanticos y racistas’, una indagación en la sustancia ideológica de los nacionalismos periféricos

ÓSCAR BENÍTEZ.   07/01/2022

Jorge Polo Blanco nació en 1983, y es oriundo de Guadalajara. «De la española, no de la mejicana», aclara. Vive desde 2015 en Ecuador, país en el que ha venido ejerciendo como profesor universitario. Actualmente, desempeña su labor en la Escuela Superior Politécnica del Litoral, ubicada en la cálida ciudad de Guayaquil. Acaba de publicar el revelador ensayo Románticos y racistas (El Viejo Topo), en el que bucea en los orígenes reaccionarios y racistas del galleguismo, el catalanismo y el nacionalismo vasco. En 2020 publicó otro libro polémico, titulado Anti-Nietzsche. La crueldad de lo político. Siempre se ha definido como «una persona de izquierdas, e incluso como marxista».

Afirma que este libro es un «ajuste de cuentas contigo mismo». ¿Por qué?

Sí, en cierto modo es así. Durante años comulgué con esa monserga de la plurinacionalidad y del derecho de autodeterminación. De vez en cuando Facebook me «recuerda» comentarios de hace seis o siete años…y me quedo atónito. Me digo a mí mismo: «mira, qué insensateces tan monumentales escribías». También yo estuve obnubilado por esas patrañas. Afortunadamente, fui capaz de arrojar el sapo venenoso que me había tragado… Las izquierdas españolas hegemónicas han asumido unas ideas descabelladas, en lo que a la «cuestión nacional» se refiere. Unas ideas que son completamente inasumibles para la tradición política de la que se supone proceden. Desde los postulados del marxismo no cabe aplicar el «derecho de autodeterminación» a las regiones de España. Pero de ninguna de las maneras. Llevamos muchas décadas equivocándonos.

En su libro, sostiene, en contra del lugar común, que «galleguismo, catalanismo y vasquismo» son movimientos puramente reaccionarios. ¿Cuál es la razón?

Así es. Son movimientos reaccionarios de manual. Sus orígenes, allá en el siglo XIX, tienen que ver con el rechazo frontal del liberalismo político. Los padres intelectuales del galleguismo, del catalanismo y del vasquismo fueron declarados enemigos de las «ideas de 1789». Es decir, eran tradicionalistas y nostálgicos del Antiguo Régimen. El carlismo operó en todos ellos de una manera determinante. Estaban en contra del Estado moderno. Y estaban en contra de la moderna nación política, que implica una homogeneización jurídica, es decir, la abolición de los fueros, la abolición de todas las instituciones y de todas las jurisdicciones medievales…

«Es tragicómico ver a buena parte de nuestros izquierdistas del siglo XXI, casi siempre cómplices del separatismo, reclamando privilegios fiscales o autogobiernos regionales apelando a Reinos y a Señoríos medievales… Marx y Engels se estarán removiendo en su tumba»

Ellos no querían nada de eso. Ellos querían conservar las jurisdicciones del Antiguo Régimen, las viejas fronteras medievales, los feudos. Los regionalismos-separatismos son movimientos neofeudalistas. Es tragicómico ver a buena parte de nuestros izquierdistas del siglo XXI, casi siempre cómplices del separatismo, reclamando privilegios fiscales o autogobiernos regionales apelando a Reinos y a Señoríos medievales… Marx y Engels se estarán removiendo en su tumba.

También pone de manifiesto que el racismo está en el corazón de estas corrientes.

Eso es perfectamente documentable. Ahí están los textos. Cuando empecé a investigar todo ese asunto, me quedé pasmado. La cosa era mucho peor de lo que en un principio hubiera podido imaginar… Los ideólogos del galleguismo, del catalanismo y del vasquismo manejaron sistemáticamente ideas racistas. Un racismo muy crudo, de corte biologista. Apelaron incluso a lo «ario»… Y no fueron teóricos de segunda o tercera fila, desconocidos artífices de panfletos marginales. Nada de eso. Sustentaron teorías racialistas y discursos políticos racistas los principales ideólogos de dichos movimientos. Y lo hicieron en sus obras principales. Ahora tratan de silenciarlo, pero ahí están las pruebas documentales. Lean el libro, los escépticos.

El nacionalismo gallego es menos conocido y pujante que el catalán y el vasco. ¿Es menos reaccionario o xenófobo?

Siempre ha tenido mejor fama, pero es un espejismo. El galleguismo es tan reaccionario como los otros. Y el racismo está muy presente en los orígenes de la ideología galleguista. Hablan de la «raza gallega» todo el rato, de la sangre pura de una raza celta… El delirio del celtismo es uno de sus fundamentos teóricos. Manuel Murguía y Vicente Risco, padres fundadores del galleguismo, eran obscenamente racistas. Incluso el sacralizado Castelao, figura idealizada por nuestras izquierdas, tenía una idea etnicista y telúrica de la «nación gallega», con ciertos toques de xenofobia y con otros componentes tremendamente delirantes. Castelao era un declarado antijacobino. Elogiaba a Sabino Arana, y con eso está todo dicho…

«El nacionalismo gallego siempre ha tenido mejor fama, pero es un espejismo. El galleguismo es tan reaccionario como los otros»

El rechazo a lo andaluz ha sido recurrente en el nacionalismo catalán: mientras Jordi Pujol habló del andaluz como un «hombre destruido», Artur Mas aseguró que los niños de Sevilla hablaban castellano «pero no se les entendía». ¿Cómo explica, entonces, la simpatía con que partidos como Adelante Andalucía miran al separatismo catalán?

Es inexplicable. Podríamos achacarlo a la indigencia intelectual de los dirigentes de tal formación, no lo sé, o a una distorsión ideológica de proporciones colosales.

Por cierto, los núcleos doctrinales del andalucismo son igualmente delirantes. Blas Infante, un oscuro personaje que se convirtió al islam, tenía unas ideas completamente disparatadas. Pensaba que la «esencia verdadera» de Andalucía es islámica. Creía el insigne «Padre de la Patria andaluza» que el fortalecimiento político y espiritual de la Andalucía contemporánea —cuya identidad subyacente se hallaría sojuzgada— pasaría por alguna suerte de restauración de aquel Al-Andalus del Califato de Córdoba. Porque la identidad auténtica de los andaluces es mahometana. Ahí es nada. Infante ha sido ensalzado y canonizado por las izquierdas, de forma incomprensible. Que un hombre sea vilmente asesinado por unos criminales facciosos no significa necesariamente que las ideas por él profesadas sean intachables, legítimas o razonables. El etnicismo también aparece en Infante, por cierto, y en otros padres del andalucismo como Isidro de las Cagigas.

El nacionalismo hoy no apela a la raza, sino a la «identidad cultural». Suena mejor, pero… ¿debemos desconfiar?

Intentan disimularlo, empleando a todas horas esa pegajosa retórica de la «identidad cultural». Es cierto que, en sus orígenes, también emplearon toda la artillería metafísica del romanticismo y del idealismo alemán. Hablaban del «espíritu del pueblo», de la «psicología de los pueblos»… conceptos metafísicos y romántico-reaccionarios de procedencia germánica. Pero su nacionalismo es al mismo tiempo etnicista y organicista. Hoy en día no hablan de «raza» porque sienten cierto pudor, pero su idea de nación es inocultablemente etnicista. En el fondo, están apelando a la «comunidad de sangre». En cierto modo, son movimientos indigenistas, puesto que apelan a las «esencias ancestrales» y a la pureza de lo nativo…

Asimismo, los nacionalistas periféricos defienden construir la «Europa de los pueblos». ¿Es compatible esa aspiración con los ideales de la Unión Europea?

Es que, en realidad, cuando utilizan esa expresión están apelando a la «Europa de las culturas». Pero la «Europa de las culturas» no es otra cosa que la «Europa de las etnias». Por cierto, ese proyecto fue alumbrado por los nazis; fueron ellos los que dibujaron un mapa europeo atendiendo a la distribución territorial de las razas y de las etnias. Que no nos engañen con la palabra «pueblo», porque a lo que se están refiriendo es a las etnias.

«Hoy en día los nacionalismos no hablan de ‘raza’ porque sienten cierto pudor, pero su idea de nación es inocultablemente etnicista»

Lo que están proponiendo es lo siguiente: a cada etnia y a cada lengua, su Estado. ¡Pero tal cosa es la utopía más reaccionaria que quepa imaginar! Quieren disolver las actuales naciones políticas y los actuales Estados —tildados por esta gente de «carcasas artificiales»— para que afloren las auténticas y genuinas culturas. Qué preciosidad. ¿Pero qué pretenden? Redefinir todas las fronteras y redistribuir el poder político-estatal atendiendo a criterios etnolingüísticos es un disparate monumental de consecuencias inimaginables, que nos conduciría necesariamente a un escenario explosivo, atravesado por tensiones territoriales irresolubles. Tribalismos de toda índole y particularismos excluyentes. Toneladas de xenofobia y delirantes proyectos etnicistas. Ese sería el resultado. ¿Cómo es posible que buena parte de las izquierdas sigan comulgando con semejantes proyectos? Todavía no soy capaz de explicármelo.

Según usted, el término «independentista» no se corresponde con el verdadero propósito de este movimiento. ¿Nos lo explica?

Porque puede dar lugar a un espejismo gravísimo. Esos movimientos políticos deben ser denominados separatismos o secesionismos. Considero que no se les debería denominar «independentistas», puesto que con ello pareciera sugerirse —muy equívocamente— que lo que pretenden es recuperar algo que ya tuvieron en el pasado y se les arrebató injustamente. Cataluña, Asturias, Andalucía, Galicia o las provincias vascas jamás fueron naciones políticas, que posteriormente hubieran sido «ocupadas» o «colonizadas» por Castilla o por España. Semejante relato es pura fantasía.

Félix Ovejero ha sentenciado en más de una ocasión que «no hay nada más comunista que el territorio político». ¿Lo suscribe?

Lo suscribo con todas las letras. El territorio es el bien público supremo. Por lo tanto, nadie tiene el derecho de enajenarlo o trocearlo. La ilegítima secesión de una parte del territorio nacional debe entenderse como una suerte de privatización de lo común. Tal vez, diciéndolo en esos términos, se enteren de una vez Íñigo Errejón y Pablo Iglesias Turrión. Escuchen esto: los que troceasen o fragmentasen dicho territorio, así tuvieran un millón de votos, estarían incurriendo en una gigantesca apropiación indebida. El territorio es una riqueza colectiva inenajenable. Independizar una parte de dicha riqueza colectiva no es un gesto liberador. Es un descomunal latrocinio, una privatización de lo que es de todos.

«Desde las izquierdas nos proclamamos acérrimos defensores de ‘lo público’. Y así debe ser. Pero algunos no quieren entender que el bien público más importante es el territorio político. Si nos usurpan el territorio, lo perdemos todo»

Pero hay demasiados izquierdistas, conchabados inexplicablemente con el separatismo, que son incapaces de entender esto. El territorio político es una propiedad común, la más común de todas las propiedades. El territorio no es de nadie porque es de todos. Desde las izquierdas nos proclamamos acérrimos defensores de «lo público». Y así debe ser. Pero algunos no quieren entender que el bien público más importante es el territorio político. Si nos usurpan el territorio, lo perdemos todo. Es el bien común más primordial. La primerísima riqueza colectiva de la que disponemos es el territorio soberano. Esa riqueza es la base de todas las otras riquezas. Y ninguna de las partes constitutivas de ese todo tienen derecho a enajenar lo que es de todos.


viernes, 14 de julio de 2023

Mirada atrás antes de la derrota.

 Esto lo escribió Ovejero en 'Revista de Libros' hace 20 años. Está bien recordarlo.

Mirada atrás, después de la derrota


Un mundo que ganar. Historia de la izquierda en Europa, 1850-2000

GEOFF ELEY. Crítica, Barcelona.   683 págs. 32,90 €


 

 En una larga entrevista en la que el historiador Eric Hobsbawm reflexiona con su característica limpieza mental acerca de asuntos bien diferentes, a la pregunta sobre su militancia política, contestaba: «El verdadero problema no es ambicionar un mundo mejor: es creer en la utopía de un mundo perfecto. Es cierto lo que han observado los pensadores liberales: una de las peores cosas no sólo del comunismo sino de todas las grandes causas, es que son tan grandes que justifican cualquier sacrificio, hasta el punto de imponérselo no sólo a sus defensores mismos, sino a todos los demás […]. Y, sin embargo, a mí me parece que la humanidad no podría subsistir sin las grandes esperanzas, sin las pasiones absolutas. Aun cuando éstas sean derrotadas y se comprenda que las acciones de los hombres no pueden eliminar la infelicidad de los hombres. Hasta los grandes revolucionarios eran conscientes de que no podían influir en determinados aspectos de la vida humana, que no podían evitar, por ejemplo, que los hombres fuesen infelices por una razón de amor […]. ¿Habría sido mejor un mundo en el que no hubiéramos resistido? No creo que exista ni una sola persona implicada en aquel combate que hoy diga que no valió la pena. Con la madurez de hoy, hay que aceptar que hicimos muchas cosas mal, pero, al mismo tiempo, es imposible dejar de reconocer que también hicimos muchas cosas bien […]. El comunismo es parte de la tradición de la civilización moderna, que se remonta a la Ilustración, a la Revolución Francesa y a la norteamericana. No me puedo arrepentir de formar parte de ella»1.

Geoff Eley, quien declara su admiración por la larga tradición de historiadores ingleses de inspiración marxista2y, muy especialmente, por Hobsbawm, ha escrito un importante libro que en cierto modo quiere mostrar la veracidad histórica de las opiniones anteriores. Más exactamente, y en las propias palabras de su autor, Un mundo que ganar es el relato histórico de cómo «los socialistas han sido fundamentalmente los autores de todo lo que apreciamos en la democracia, desde la búsqueda del sufragio democrático, la consecución de las libertades civiles y la aprobación de las primeras constituciones democráticas hasta los ideales más controvertidos de la justicia social, las definiciones ampliadas de la ciudadanía y el Estado del bienestar». La democracia, según Eley, nada debería a la burguesía, el individualismo, el liberalismo o el mercado: «que quede claro: la democracia no se da ni se concede. Requiere conflicto, a saber: desafíos valerosos a la autoridad, riesgos y temerarios actos ejemplares, testimonio ético, enfrentamientos violentos y crisis generales en las cuales se desmorone el orden sociopolítico dado. En Europa, la democracia no fue el resultado de la evolución natural ni de la prosperidad económica. Desde luego, no apareció como consecuencia inevitable del individualismo o del mercado. Avanzó porque masas de personas se organizaron colectivamente para exigirla».

El libro, además de una investigación histórica de largo aliento, es también un diagnóstico acerca de la crisis de la izquierda. De la crisis y, en unas páginas, las finales, donde el optimismo de la voluntad acaso vence al realismo de la inteligencia, de la posibilidad de su renovación de la mano de los nuevos movimientos sociales. Diversas aristas que invitan a un abordaje por diversos frentes, no sólo el historiográfico. Pero antes bueno será precisar las coordenadas de la investigación de Eley, que constituyen otras tantas particularidades de Un mundo que ganar.