La cuestión nacional aumentará de importancia en los próximos meses y años, así que vamos a ir abordándolo, porque es uno de los temas en los que hay mayor división dentro de las filas progresistas o de izquierdas con opiniones para todos los gustos. Hoy un artículo invitado, de mi amigo Pepe, el texto formaba parte de una polémica de un colectivo verde y es la respuesta a otra opinión sobre el tema.
Sobre la nación
Tú partes de que la comunidad nacional está creada, la nación está ya hecha y que el programa político (de autodeterminación, liberación nacional, independencia o de lo que sea) recoge las aspiraciones de esa comunidad ideológica, cultural o racialmente homogénea.
Este es el caso al que se refiere Stalin en su célebre trabajo El marxismo y la cuestión nacional. Yosif, como antes había hecho Renan, se pregunta ¿qué es una nación?, y él mismo se responde: Una nación es, ante todo, una comunidad, una determinada comunidad de hombres .../... pero no es un conglomerado accidental y efímero, sino una comunidad estable de hombres. Pero no toda comunidad estable es una nación. Y vuelve a preguntarse: ¿Qué es lo que distingue una comunidad nacional de una comunidad estatal? En definitiva, ¿qué es lo que distingue a una nación? Y Stalin señala una serie de rasgos: comunidad de idioma, de territorio, comunidad económica, comunidad de sicología o carácter nacional...Y llega a la siguiente definición: Nación es una comunidad humana estable, históricamente formada y surgida sobre la base de la comunidad de idioma, de territorio, de vida económica y de sicología, manifestada ésta en la comunidad de cultura.
El problema surge cuando no están presentes todos los rasgos o aparecen a medias, como ocurre con los nacionalismos de aquí, donde las comunidades nacionales no están formadas del todo o donde la nación nacionalista es muy pequeña. Lo que existe, en cambio, son sociedades escindidas en opciones políticas enfrentadas (nacionalistas y no nacionalistas, o dos nacionalismos distintos). Tampoco está definido el territorio nacional ni controlado, ni existe el uso mayoritario de una lengua nacional (en realidad sí existe: es el castellano, que es la lengua franca en toda España), aunque se hacen esfuerzos para que el uso de la lengua nacional sea general, ni existe tampoco un sistema económico propio, sino que forma parte de otro más amplio (y en el caso vasco, de dos: del español y del francés), etc, etc,...
El problema está en que todo lo que aparece en la definición de Stalin forma parte del programa máximo de los nacionalistas (de los vascos y del de Carod, al menos); en definitiva, representa el deseo de cumplir esos requisitos, de alcanzar esas cotas de unidad nacional, de identidad; y la aspiración de controlar, en definitiva, el territorio, la población, la economía y la cultura para llegar a convertirse en las naciones que todavía no son, y luego dotarse de un Estado independiente propio.
La explicación del nacionalismo como reacción del pequeño y débil frente al fuerte, o mejor frente al imperialismo, vale para unos casos, pero no para otros. En el caso vasco, por ejemplo, no está nada claro que el nacionalismo sea una respuesta a la explotación económica de los castellanos o de los españoles. Eso es lo que dicen los nacionalistas, pero no es la verdad; es una buena excusa porque mezclan todo para aumentar el agravio, pero nada más.
Si excluimos los últimos 28 años, en los que, con un gobierno nacionalista, la difusión de la cultura popular vasca no ha tenido trabas para desarrollarse y llegar a toda la sociedad vasca, y miramos hacia la dictadura, hay que admitir que existió persecución de la cultura popular vasca, pero mientras Franco reprimía las expresiones culturales y políticas de los vascos (y de los no vascos), la oligarquía vasca ganaba mucho dinero explotando no sólo a los trabajadores vascos, sino al resto de trabajadores españoles, en una especie de imperialismo al revés que, desde los bancos y las grandes industrias vascas, se extendía desde Euskadi (desde los barrios ricos) al resto de España.
El capitalismo financiero vasco fue de los primeros en fundarse y extenderse, y de los más potentes de España. Por ejemplo, entre los 16 bancos con más sucursales existentes en 1922, había 5 vascos, 4 de Madrid, 3 navarros, 1 de Barcelona, 1 de Oviedo, 1 de Santander y 1 de Zaragoza. Podemos hablar también del sector industrial (naviero, metalúrgico, minero o eléctrico, vinculados a su vez con el sector bancario), que fueron los primeros de España. Otro tanto ocurrió en Cataluña, donde la industrialización avanzó con más rapidez en la periferia.
En ambos casos, las burguesías locales o periféricas, lejos de enfrentarse al gobierno central y presuntamente explotador, buscaron su apoyo para conservar una posición de privilegio en el comercio con las colonias de América y Filipinas. La llamada Restauración expresa ese pacto político y a la vez en intento de pacificar, con concesiones, a los sectores más refractarios al liberalismo económico y político, que fueron los carlistas (entre ellos, la familia Arana) empujados por la Iglesia. Perdidas las colonias, el pacto se transformó en imponer medidas proteccionistas respecto al mercado exterior y, cuando estalló la I Guerra mundial, en una política expansiva hacia el exterior.
Hasta los años 80 del siglo XX, la banca española ha sido de las menos penetradas de Europa por el capital extranjero y, por tanto, expresaba el poder de las burguesías locales (la española, la vasca, la catalana). Para hacerse una idea de esto, puede leerse, entre otras cosas, La consolidación del capitalismo en España (2 tomos), de S. Roldán, J.L. García Delgado y J. Muñoz (aquellos que escribían en la revista 'Triunfo' con el seudónimo de Arturo López Muñoz).
Pero el gran auge del capitalismo financiero vasco se consigue durante la dictadura de Franco, un período largo y estable de dominación política y social, que convierte a la banca en el gran poder fáctico en el campo económico. Tamames, en una obra ya clásica Los monopolios en España, señaló a finales de los años sesenta que un grupo de 7 grandes bancos -cinco grandes (Hispano, Banesto, Bilbao, Vizcaya y Central) más dos (Urquijo y Santander) controlaban el 70% de los recursos ajenos de toda la banca privada a través de su penetración en las principales empresas españolas, su influencia en el Consejo Superior Bancario, que decidía la política de toda la banca y con ella, de gran parte de la economía, y de su influencia en las entidades oficiales de crédito. A lo largo del libro va describiendo de forma pormenorizada las relaciones, por medio de consejeros comunes, de los grandes bancos entre sí y con bancos más pequeños, y de todos ellos con empresas que eran esenciales en la economía (energía eléctrica, siderurgia, cemento, química y fertilizantes, vidrio, azúcar, petróleo, tabaco, comunicaciones) estableciendo una tupida trama que abarcaba también los llamados monopolios estatales.
Y en todo este conglomerado económico, la oligarquía vasca ocupaba un lugar destacado. Cuando se lee la lista de los casi 300 consejeros comunes que formaban la cúspide de la trama del capitalismo español durante la dictadura se observa una gran cantidad de apellidos vascos, muchos de los cuales coincidían, además, con los de políticos del propio régimen franquista, porque eran ellos mismos o bien sus familiares. O sea, que la oligarquía vasca y buena parte de la burguesía no sufrieron la opresión de la dictadura sino que formaron parte de ella, y con ella (con sus instrumentos legales y coercitivos) oprimieron y explotaron al resto de vascos y españoles, especialmente a las clases subalternas (la dictadura del capital sobre el trabajo). ¿O vamos a creer que el Banco Guipuzcoano, el de Bilbao y el de Vizcaya crecieron a base de abrir cartillas de ahorro por los caseríos y que la industria metalúrgica vasca se desarrolló sólo con los pedidos procedentes del País Vasco? Nada de eso: crecieron por estar vinculados con el sistema productivo nacional y por sus estrechos vínculos con el régimen franquista. Pero de esto no hablan ni ETA ni el PNV, porque entonces se les caen los palos del sombrajo.
Desde el punto de vista político, puede ayudar la obra, ya antigua, de Joaquín Bardavío, La estructura del poder en España y la más reciente Élites y conjuntos de poder en España (1939-1992), de Baena del Alcázar, editada por Tecnos, que dan una idea cabal de lo que es y ha sido la organización y el reparto del poder en España.
También se pueden rastrear las biografías de vascos notables en Los 90 ministros de Franco, editada por Dopesa, o en Dirigentes, anuarios editados por Joaquín Bardavío, y en Los muy ricos. Las trescientas grandes fortunas de España de J. Ynfante, editado por Mondadori en 1998, entre otros.
Y de nuevo perdona que me ponga tan pesado, pero estamos asistiendo al proceso de desmembración de un país en nombre de una inexistente historia de agravios, de un estado vasco que nunca existió y de unas cuantas patrañas sobre el colonialismo español muy bien montadas.
Fray Pepe
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