A pesar de vivir en el siglo XXI, en todo el planeta se defienden proclamas y dogmas, se imponen ideas por la fuerza, a veces de las armas y se utilizan argucias para impedir el debate a los ciudadanos: hasta aquí hemos llegado, de esto no se discute, parecen decir, tratando el pensamiento y la realidad de forma dicotómica.
Muchos de los problemas citados tienen su fuente en la poca importancia que se concede a la discusión en escuelas y universidades españolas, en las norteamericanas parece ser obligatorio el defender puntos de vista públicamente y contrastarlos entre alumnos. En las televisiones se fomentan posturas opuestas que no favorecen nada el contraste de pareceres, muchos programas tiran por tierra todo sentido positivo del debate. Presentadores y regidores conceden el mismo valor a una argumentación de cualquiera que a la de un experto sobre el tema, ellos fomentan la idea de que todos tienen derecho a dar su opinión, en el mismo momento y que todas las ideas son iguales, y nada más lejos de la realidad. No puede tener el mismo valor la opinión de alguien que lleva estudiando e investigando un tema varios años, que la de aquella persona que dice lo primero que le viene a la cabeza sobre el asunto.
Con lo cual cada asistente/espectador suelta una o dos frases con las que quiere contar su experiencia personal, pensando con ello que ha desarrollado un tema o aclarado un concepto, así todos piensan que su aportación individual es la que tiene valor, sin darse cuenta que hay millones de casos particulares que contradicen el suyo y en el plató nadie se toma la molestia de extraer lo que de general tengan esos casos particulares.
En esos programas hablan todos a la vez, no se entienden y chillan, los locutores animan, solo cuenta el espectáculo, los provocan para que se enzarcen en discusiones estériles que no aportan nada produciéndose una sopa de frase sueltas, como si de una partida de ping-pong se tratara. El flasheado de los actuales programas saltando de un sitio a otro rápidamente, de una frase a otra, no deja tiempo para la reflexión, ninguno de los intervinientes puede fabricar un discurso coherente ni siquiera puede argumentar para desarrollar ideas, el espectáculo así se convierte en enemigo de la discusión, no enriquece al oyente sobre los temas debatidos y las pautas de comportamiento difundidas serán una pesada losa que se instalará junto a nosotros. ¡Ah!, 'La clave', ¿donde estás?
Una de las frases manidas de las discusiones es aquella que dice ‘esa será tu opinión’ que te sueltan como un tortazo, y tú que ya sabías que era la tuya esperas que muestren la suya y ambas se pongan a bailar, pero no quieren eso, lo dicen en plan agresivo, como un insulto, como si les pareciera detestable que tengas opinión sobre los asuntos y la expongas para que sea conocida y utilizada. Hay momentos en los que te encuentras con otra frase que cierra la anterior ‘tu tienes tu opinión y yo la mía’, sin que te muestren la suya quizás porque piensen que se la vayas a quitar, siempre que me han dicho esto, que ha sido muchas veces, he pensado: para que querrán sus opiniones, porque sin usarlas se pudren, pierden valor, caducan como los alimentos.
Fernando Savater escribe ‘’ La tendencia a convertir las opiniones en parte simbólica de nuestro organismo y a considerar cuanto las desmiente como una agresión física (‘’ ¡ha herido mis convicciones!’’) no sólo es una dificultad para la educación humanista sino también para la convivencia democrática. Vivir en una sociedad plural impone asumir que lo absolutamente respetable son las personas, no sus opiniones, y que el derecho a la propia opinión consiste en que ésta sea escuchada y discutida, no en que se la vea pasar sin tocarla como si de una vaca sagrada se tratase.’’ Publicado en el libro ‘El valor de educar’ Editorial Ariel, múltiples ediciones, de recomendable lectura y en el que aporta muchas ideas sobre el tema.
Para terminar, no olvidemos que son enemigos de la discusión, aquellos que se exceden en su argumentación y no cuidan las formas, agrediendo al interlocutor sin distinguir entre contertulios y enemigos al no diferenciar los círculos de debate, también son peligrosos para el debate los provocadores que convierten toda polémica en una batalla final por la supervivencia, o los tramposos que utilizan trucos y artimañas para ganar la contienda en la que convierten cada conversación. Asimismo serán enemigos aquellos que insultan, ‘es que tú hablas ex cátedra‘, como si existiera esa forma de hablar en la vida corriente, lo cual solo sería posible si los receptores creyeran intocable lo expuesto por uno de ellos que estuviera situado en un nivel jerárquico superior, ya que en el mismo plano de igualdad nadie está impedido para aportar argumentos. Solo en medios religiosos o en aquellos otros que obligue la obediencia ciega al líder, podría darse algo parecido.
Tampoco ayudan al debate aquellos que encontrándose sin argumentos, a modo de insulto lanzan tópicos, por ejemplo ‘siempre quieres llevar razón’. Lo cual debería parecer lógico cuando se debate, debería ser lo normal que cuando estemos discutiendo utilicemos argumentos, pensando ambos contertulios, que son lo más cercanos a la verdad, esa es la finalidad de la discusión, contrastar argumentos unos con otros para tomar los mas adecuados, por tanto, en buena lid todos los interlocutores deberían querer llevar razón porque de lo contrario estarían falseando el espíritu del debate mintiendo a los intervinientes. Para terminar, conviene resaltar que después de todo, la discusión es uno de los placeres más gratificante del que se puede disfrutar con amigos o cualquiera de las personas que nos rodean, elemento claramente diferenciador de las otras especies.
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