Visita turística de mi amigo Pepe.
Llegando desde la sierra de Gata en la linde con Portugal, me he detenido en Salamanca. Hacía bastante tiempo que no visitaba esta monumental ciudad castellana, pero influido por el clima político reinante suscitado por la crispación de la derecha y la pertinaz intolerancia de la Conferencia Episcopal, recorrí el centro histórico de la ciudad con la mirada crítica del revisitante laico más que con los ojos del turista asombrado.
Un agradable paseo a hora temprana, con las calles aún vacías, me llevó a recorrer calles, plazuelas y rincones y a constatar el abrumador predominio de la arquitectura religiosa sobre la civil.
Las muchas iglesias, los nombres de las calles, los campanarios, las cruces que los rematan, estatuas de curiales y sobre todo la catedral y la Universidad Pontificia dan una idea de cual debió ser el poder de la Iglesia en los tiempos de su máximo esplendor.
En la catedral se estaba celebrando una misa cantada en latín, la lengua del futuro, según Benedicto XVI, y olía a incienso, pero me olvidé del mensaje para reparar en una arquitectura que tanto dice del poder eclesiástico, porque detrás de cada columna, de cada ojiva, de cada bóveda, de cada vidriera se adivinan la voluntad rectora y el poder de construir, de hacer trabajar, de conseguir dinero para levantar esa magnífica fábrica; tras la cual, como en el caso de la Pontificia, se encuentra el esfuerzo colectivo y prolongado dirigido a un fin. El poder eclesiástico reposa en la piedra y en la sillería tanto como en la doctrina, y de poco habrían servido los sermones de obispos y cardenales sin el trabajo de los canteros.
Como en otras ciudades españolas, visitando Salamanca se da uno cuenta del peso de lo fáctico, de lo ya hecho, de lo construido, de lo que permanece a lo largo del tiempo, con el juega la Iglesia, que se revela, sobre todo, como un poder terrenal y material pero a la vez intemporal, duradero.
Para contrarrestar la influencia del arte sacro concluí la visita con un recorrido por las salas del museo Art Nouveau y Art Deco, en la modernista Casa Lis, donde una serie de esculturas de bronce y de telas de pintores catalanes y, en particular, del cubano Beltrán Massés, ofrecen una excelente colección de desnudos femeninos, unas sugerentes Salomés y el prodigio de unos perfectos culos de mujer salidos de los pinceles del cubano. Una delicia.
Fray Pepe
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