lunes, 22 de febrero de 2010

La batalla del euro

Me parecen tan interesantes estos dos artículos que los vuelco enteros.

La Batalla del Evro. XAVIER VIDAL-FOLCH . EL PAÍS - Economía - 18-02-2010
Emocionante, la Batalla del Evro, que así se pronuncia euro en griego. Una carrera, con la excusa de Grecia, planteada entre los mercados, por vez primera contra la moneda única, y la UE, defendiéndola a pequeños sorbos. El trofeo será su desaparición; o el logro de una uEm, unión Económica y monetaria, en vez de la actual ueM.
Como en toda hazaña bélica, menudea en el envite la munición ideológica. Antes de nacer la moneda única, los epónimos de la escuela del "área monetaria óptima" (economías muy integradas), la reputaban de imposible. Hasta que su fundador, el Nobel canadiense Robert Mundell, les desautorizó, avalándola (Plan for a European Currency, 1970) si mediaban una política monetaria común y las instituciones de acompañamiento necesarias.
Ahora, el Nobel Paul Krugman -los genios también la pifian- sostiene sin pruebas (EL PAÍS, 16 de febrero) que el problema actual no es el incumplimiento griego, sino la precipitación con que se creó el euro, "mucho antes de que el continente estuviera preparado", por culpa del "orgullo desmedido" que se tradujo en la "arrogante idea" de implantarla sin base. No es culpa de Karamanlis, sino de los soberbios Kohl, Delors, Mitterrand, González...
Vamos, hombre, ¿precipitación? Discurrieron 30 años entre el fracasado Plan Werner que contenía el primer diseño del euro (1970) y su lanzamiento efectivo en 2000, 43 años después del fundacional Tratado de Roma. Comparemos: desde la independencia norteamericana (1776) al nacimiento del dólar (1792) pasaron sólo 16 años. Y más base institucional ha tenido el euro, puesto que su bautizo fue posterior al Sistema Europeo de Bancos Centrales y simultáneo al del Banco Central Europeo, mientras que en EE UU no hubo banco central, hasta que se fundó la Reserva Federal en... 1913, ¡121 años después del dólar!
Si acaso, cabe recriminar a Europa la escasa ambición de no haber completado la moneda única con un Tesoro, un Presupuesto, unas políticas fiscales de verdad comunes, en lo que acierta Krugman. Se echa en falta un Fondo de Emergencia que ate cortos los shocks (sacudidas) asimétricos, como advirtieron algunos en 1998. Dejadez, pero no soberbia.
Otros escribidores anglosajones en papel salmón son más zafios: relanzan el insulto de pigs (cerdos) a los sureños; elucubran con expulsar al díscolo (¡ellos!) de la moneda común; deslegitiman a la Unión Europea para orquestar el rescate de Grecia, fiándolo al FMI, lo que certificaría la defunción, por dimisión, de la UE. Aleluya, tanta manía demuestra el triunfo del euro tras su primer decenio, convertido en segunda moneda internacional de reserva, en (amable) rival del dólar y en enterrador de la libra, esa superchería posimperial.
De esas tres invectivas sólo la última inquieta: mete el dedo en la herida actual pues procura coartada al justo enfado de los contribuyentes netos (alemanes) por tener que pagar las facturas del dilapidador sureño. Pero también es falsa. Porque el tratado es terminante. Legitima el rescate "en caso de dificultades" incontrolables, mediante "una ayuda financiera de la Unión" al socio debilitado (artículo 122.2). Regla que desarbola, por superior jerarquía normativa, la conclusión del Ecofin del 1 de mayo de 1998 según la que la UEM "no podrá invocarse como tal para justificar transferencias financieras específicas". El rescate no desborda el Tratado, lo cumple. Y además, le interesa objetivamente a Berlín, pues el euro es el marco alemán, en versión pantalla panorámica mundial.

TRIBUNA: La primera crisis del euro - Las consecuencias en España PAUL KRUGMAN
La creación de un 'eurocaos'. PAUL KRUGMAN 16/02/2010
Últimamente, las noticias financieras han estado dominadas por crónicas de Grecia y de otros países de la periferia europea. Y con razón.
Pero me ha inquietado la información que se centra casi exclusivamente en las deudas y en los déficit europeos, con lo que da la impresión de que todo se reduce al derroche gubernamental (lo cual le da la razón a nuestros halcones del déficit, que quieren recortar drásticamente el gasto a pesar de enfrentarnos a un paro masivo y ponen a Grecia como ejemplo de lo que pasará si no lo hacemos).
Pero la verdad es que la falta de disciplina fiscal no es la única, ni la principal, fuente de problemas de Europa, ni siquiera en Grecia, cuyo Gobierno, efectivamente, sí ha sido irresponsable (y ocultó su irresponsabilidad con contabilidad creativa).
No, la verdadera historia que está detrás del eurocaos no se basa en el despilfarro de los políticos, sino en la arrogancia de las élites; concretamente, las élites políticas que instaron a Europa a adoptar una moneda única mucho antes de que el continente estuviera preparado para un experimento de este tipo.
Fijémonos en el caso de España, que en vísperas de la crisis parecía ser un ciudadano fiscal modelo. Sus deudas eran bajas: un 43% del PIB en 2007, en comparación con el 66% de Alemania. Tenía superávit presupuestario. Y su regulación bancaria era ejemplar.
Pero con su clima cálido y sus playas, España era también la Florida de Europa y, al igual que Florida, experimentó un enorme auge inmobiliario. La financiación de este boom provenía principalmente del extranjero: hubo entradas gigantescas de capital procedentes del resto de Europa, en especial de Alemania.
La consecuencia fue un crecimiento rápido combinado con una inflación significativa: entre 2000 y 2008, los precios de bienes y servicios producidos en España aumentaron un 35%, en comparación con un incremento de sólo un 10% en Alemania. Debido a la subida de los costes, las exportaciones españolas fueron perdiendo competitividad, pero la creación de empleo siguió siendo fuerte gracias al boom inmobiliario.
Y entonces estalló la burbuja. El paro en España experimentó un drástico repunte, y el presupuesto incurrió en un profundo déficit. Pero la avalancha de números rojos -que estuvo provocada en parte por la forma en que la depresión redujo los ingresos y en parte por el gasto de emergencia para limitar los costes humanos de la depresión- fue una consecuencia, no la causa, de los problemas de España.
Y no hay mucho que el Gobierno español pueda hacer para mejorar las cosas. El principal problema económico del país es que los costes y los precios se han desmarcado de los del resto de Europa. Si España siguiera teniendo su antigua moneda, la peseta, podría remediar rápidamente el problema con una devaluación (por ejemplo, reduciendo el valor de la peseta un 20% con respecto a otras divisas europeas). Pero España ya no tiene su propio dinero, lo que implica que sólo puede recuperar su competitividad mediante un lento y doloroso proceso de deflación.
Ahora bien, si España fuera un estado de Estados Unidos y no un país europeo, la situación no sería tan mala. En primer lugar, los costes y los precios no se habrían desmadrado tanto: Florida, que, entre otras cosas, podía atraer libremente a trabajadores de otros estados y mantener bajos los costes de la mano de obra, nunca experimentó nada remotamente parecido a la inflación relativa de España. Y en segundo lugar, España recibiría una gran cantidad de apoyo automático en la crisis: el sector inmobiliario de Florida ha pasado de la expansión a la recesión, pero Washington sigue enviando los cheques de la Seguridad Social y del Medicare.
Pero España no es un estado de Estados Unidos y, por tanto, está metida en un buen lío. Grecia, naturalmente, está en un lío aún peor, porque los griegos, a diferencia de los españoles, fueron realmente irresponsables desde el punto de vista fiscal. No obstante, Grecia tiene una economía pequeña, cuyos problemas importan principalmente porque se están extendiendo a otras economías mucho más grandes, como la de España. Así que el origen de la crisis es la inflexibilidad del euro, y no el gasto financiado con el déficit.
Nada de esto debería extrañarnos demasiado. Mucho antes de que naciera el euro, los economistas advertían de que Europa no estaba preparada para una moneda única. Pero se hizo caso omiso de estas advertencias y se produjo la crisis.
¿Y ahora qué? La disolución del euro es prácticamente impensable, por meros motivos prácticos. Como dice Barry Eichengreen de Berkeley, un intento de reintroducir una moneda nacional desencadenaría "la madre de todas las crisis financieras". Así que no hay marcha atrás: para hacer que el euro funcione, Europa tiene que avanzar mucho más en la unión política, para que los países europeos empiecen a funcionar más como estados de Estados Unidos.
Pero eso no va a suceder de hoy para mañana. Lo que veremos probablemente a lo largo de los próximos años es un doloroso proceso de remiendos: rescates acompañados de exigencias de una austeridad despiadada, y todo con un trasfondo de desempleo muy elevado, perpetuado por la dolorosa deflación que ya he mencionado.
Es un panorama feo. Pero es importante entender la naturaleza del fatal fallo de Europa. Sí, algunos Gobiernos han sido irresponsables; pero el problema básico ha sido el orgullo desmedido, la arrogante idea de que Europa podía hacer que funcionara una moneda única a pesar de los fuertes motivos que había para creer que no estaba preparada.

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