¿REVOLUCIÓN CONSERVADORA? Y ESO, ¿QUÉ ES? (Los ochenta). José M. Roca
La aplicación de medidas ultraliberales en el campo económico, conservadoras en el campo moral, regresivas en el interior e imperiales en el exterior, llamada por sus partidarios revolución conservadora, fue, en los años ochenta del siglo XX, una enérgica reacción ideológica de la derecha norteamericana ante las consecuencias de la oleada progresista de los años sesenta, y al mismo tiempo, un programa para salir de la crisis económica aparecida en la década siguiente descargando los efectos más negativos sobre las clases populares estadounidenses.
En el campo de la actividad económica, la revolución conservadora fue mucho más que un conjunto de medidas para salir de la recesión; realmente supuso una reordenación general del sistema productivo y financiero aprovechando las decisiones coyunturales y la justificación ideológica que proporcionaba la superación de la crisis.
Estuvo fomentada por intelectuales de varias tendencias, entre ellos algunos desengañados izquierdistas, y por instituciones privadas, impulsada por el ala
más extremista del Partido Republicano y apoyada por diversos estratos de la población afectados por lo acaecido en los años sesenta y por los efectos de la crisis, cuyas inquietudes Reagan supo utilizar para alcanzar la presidencia de Estados Unidos y permanecer en ella durante ocho años (1981-1989), aunque los efectos de sus mandatos fueron más prolongados.
Esta restauración conservadora, lejos de deberse a un movimiento unificado, como veremos, fue el resultado de la conjunción de varias corrientes, opuestas entre sí algunas de ellas, pero unidas en lo fundamental, que era su rechazo a cualquier atisbo de progresismo y modernidad, y el deseo de volver a restaurar el orden público y moral de la postguerra y el sistema económico anterior al New Deal.
Desde el punto de vista intelectual, no fue únicamente una reafirmación de valores morales tradicionales sino una completa reformulación del programa del Partido Republicano utilizando términos nuevos, o imprimiendo un nuevo significado a los viejos, y arrebatando a los demócratas símbolos y valores para otorgarles un sentido único y excluyente al definir la identidad colectiva. Somos América¸ proclamaban los grupos conservadores; luego los demás no lo eran. Los Estados Unidos quedarían, así, como patrimonio exclusivo de los grupos sociales ideológicamente más retrógrados.
Para los conservadores, los movimientos sociales de los años sesenta habían adulterado las tradicionales señas de identidad de la sociedad estadounidense: los derechos civiles para la población de color alteraron la relación entre las razas; los derechos de las mujeres y homosexuales habían trastocado el orden familiar y los papeles sexuales tradicionales; la rebelión juvenil fue un desafío a diversas formas de autoridad (familiar, política, académica y militar); los derechos de los trabajadores atentaban contra el mercado libre. Los hippies habían reaccionado contra el trabajo y el esfuerzo constante, otros pilares de la vieja moral del pionero, y el hedonismo expresado en la música moderna, el consumo de drogas y la libertad sexual amenazaban la moral tradicional. Finalmente, los pacifistas habían debilitado la expansión militar como expresión de la misión de EE.UU. sobre el mundo (el destino manifiesto) y favorecido el retroceso ante el comunismo, que representaba la negación del espíritu y del modo de vida típicamente americanos. Según los conservadores, los EE.UU. habían dejando de ser lo que eran; había, pues, que detener la retirada y hacer un esfuerzo para que volvieran a ser como debían ser.
Desde el punto de vista político, la revolución conservadora arrastró al Partido Demócrata, que dejó de contar con el voto de los trabajadores y los sindicatos, supuso una derechización del país, y por extensión, de la mayor parte de las élites políticas del mundo desarrollado, y facilitó la penetración de las ideas más reaccionarias del Partido Republicano entre los trabajadores y las clases populares, que, por medio de una sistemática propaganda, fueron sometidos a un prolongado proceso de enajenación política que les condujo a apoyar el programa económico de sus enemigos de clase. La gran habilidad de los ideólogos conservadores estuvo en presentar la defensa de los intereses de los grupos sociales mejor situados como los intereses generales de todo el país y en tocar a rebato para restaurar los valores morales que consideraban genuinamente norteamericanos, presuntamente amenazados por la desidia del Partido Demócrata y los ataques de los progresistas. Fue una primera oleada de populismo conservador sobre la cual se asentarían años más tarde, los llamados teoconservadores (teocons), muy influidos por el dogmatismo religioso, que alcanzarían su máximo ascendiente durante los mandatos de George W. Bush.
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