Los recuerdos de ‘lalo’ son episodios singulares de mi vida que recuerdo mejor que otros.
El cristal de la cómoda de la entrada.
Eran tiempos franquistas, de miedo, de mucho miedo, año 1.971. Vivíamos en un piso en la calle Rodas, donde nacieron nuestros primeros hijos con días de diferencia, (nuestros segundos también se llevarían poco tiempo), los de los dos matrimonios que vivíamos allí. Los embarazos fueron buenos y distintos, mientras la mía tropezaba con todo y se caía al suelo, ‘ten cuidado con eso, no estoy ciega ya lo veo’ y plas al suelo, una vez cayó rodando por las escaleras de casa de sus padres. La otra se le caía todo de las manos, ‘pongo un café’ adiós tazas, vasos o platos lo que estuviera en sus manos terminaba en el suelo.
Ismael y yo habíamos vivido antes en una residencia con varias decenas de jóvenes y posteriormente en un piso de solteros que compartimos con Pepe, Antonio, Abelico y nosotros dos, para terminar viviendo casados en el piso del Rastro. Las vecinas alucinaban, los cuatro éramos jóvenes veintimuypoquitos años y eran tiempos de diferenciación profunda en la vestimenta y pelo con respecto a generaciones anteriores.
Recuerdo el día que nació mi primer hijo, el padre de mi nieta. Llegaba de trabajar hacia las 15,30 y me encontré a las dos en plena batalla, tuvimos que salir pitando en un taxi a Nuevo Parque, la maleta estaba preparada y llevaban toda la mañana esperando. Llegamos a la clínica y nada mas verla en recepción, tal cual estaba la llevaron al paritorio, sin habitación ni nada. Claro está, la maleta se quedó en el taxi. Más tarde la recuperamos. Al ratito, mi hijo llegaba al mundo, habían estado esperándome a que saliera del trabajo.
Por aquel piso pasarían compañeros de mi trabajo, como me recordaron no hace mucho, para tomar café o discutir a la Harnecker y comprar libros rojos. Y desde el piso, veinte segundos a la Ribera Curtidores, en las mañanas de domingo pudimos vivir algunos paseos por el Rastro, que se tornaban peligros en ocasiones por las avalanchas provocadas cuando la poli actuaba en Cascorro.
En 1.971, Ortiz ya nos había pescado para ‘Octubre’ y los papeles que había que leer y discutir teníamos que esconderlos en alguna parte, eran tiempos de formación marxista y discusión de la línea política, mucha discusión. Esconder papeles, tamaño folio y cuartilla, pero ¿donde?, recordábamos pelis, pero en ellas escondían dinero, que era mas pequeño, en botes, depósitos y escondites en techo o suelo, tablas o huecos, pero en aquella casa antigua, primer piso de alquiler con muebles viejos, no podíamos hacer agujeros en paredes o suelos.
Así que la solución que adoptamos fue meterlos por detrás de un espejo de una cómoda que estaba en la entrada. Claro al engordar el grueso de los papeles, el espejo reventó. Susto.
Más tarde aprendimos muchas cosas, y que los sitios donde se esconden los secretos y el dinero, son los mismos en todas las casas, y siempre buscan en ellos los polis y los ladrones, todo está inventado. A pesar de lo cual los libros sobre experiencias revolucionarias ‘Lo que todo revolucionario debe saber sobre los métodos de represión’ o varios similares, pueden resultar interesantes, novelas y biografías aportan en ocasiones ideas particulares a copiar. Pero siempre recordando que el mejor lugar para esconder un árbol es en el bosque.
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