Hablamos de modificar la ley electoral y hacerla más justa, de abrir las listas para que los ciudadanos podamos elegir de entre los candidatos de un mismo partido, que las comisiones parlamentarias tengan mayor peso público y de que los elegidos por el pueblo estén más cerca de escuchar y hablar con el pueblo. (3-08-2010)
El sistema electoral español, prima la concentración
provincial, lo cual favorece a los nacionalistas, perjudicando a los partidos
globales, (nacionales, estatales). Aunque los desequilibrios no provienen tanto
del sistema D’hondt, de restos, que evidentemente fomenta mayorías primando a
quien más logra, cuanto de la circunscripción electoral provincial y número de
diputados asignados a ella. (21-11-2011)
Sin duda todo sistema, favorecerá a unos más que a otros, y el español igual, trataba de beneficiar a UCD. Cuando se
creó, intentaba conseguir mayoría absoluta con porcentajes de votos del 37%, dicho
de otra forma el sistema prima a los mayoritarios concediéndoles mayor número
de escaños que de votos, determinado por los mínimos candidatos exigidos en las
circunscripciones electorales, el mayor peso de la España rural sobre la
industrial y urbana. El sistema produce
como resultado ‘maligno’ una menor representación de los partidos generales,
estatales, sobre aquellos otros que concentran el voto en pocas
circunscripciones, este último aspecto es del que se valen los nacionalistas
para aumentar su representación parlamentaria respecto a la suma de votos.
Todos los sistemas tienen ventajas e
inconvenientes, pero en mi opinión todos pierden cuanto menor sea el poder directo
que tengan los electores sobre los elegidos. De poco valdrá conseguir muchos
escaños o pocos, si la actuación de los parlamentarios no está sometida a los
electores y atiende solo las indicaciones de las cúpulas partidarias, si la
ciudadanía no puede influir sobre cada uno de sus representantes estamos
haciendo mal pan.
Desde luego una reforma debería suprimir la
sobreprima de unas listas sobre otras –hay diferentes propuestas para discutir,
incluso algunas sugeridas por el Consejo de Estado, y otros- y puesto que los partidos no adoptan fácilmente los
verbos dimitir y expulsar, la ley debe facilitar las listas desbloqueadas –es
algo diferente a las abiertas aunque todos las llaman así- se trata de
posibilitar mayor control de los
electores sobre los elegidos. El eje de cualquier reforma electoral, debe
ser permitir a los electores decidir sobre a qué persona ponen, para poder
exigirle responsabilidades directamente sin la intermediación del partido, para
disminuir la presión de la cúpula partidaria y aumentar la influencia
ciudadana.
Evidentemente lo anterior reduce el poder de
los órganos de dirección actuales, -de
todos los partidos-, torpes y lentos en sus movimientos durante la crisis
económica, e impermeables a la ciudadanía, lo cual unido a su incapacidad para
embridar al poder económico, o sus inmensas dificultades para conseguir difundir
públicamente una explicación racional y coherente de lo ocurrido y un discurso
creíble de las posibles salidas, ha provocado el vendaval político que acompaña
la crisis, porque insisto, afecta a todos. Urgentemente debemos ir encontrando
logros que frenen la desconfianza en los políticos –de la que otros poderes se
aprovecharán- o la indignación e insatisfacción aumentarán por el retroceso de
los derechos y la pérdida de conquistas sociales que continuará durante años,
pudiendo conducir a un desastre aún muy superior.
Votamos candidatos en listas de partidos
políticos, bien, pero deberían ser lo suficientemente abiertas para contener
opciones de elección para los votantes sobre los componentes de las mismas, una
forma de intervenir y forzar expulsiones de canallas tipo ‘que se jodan’ o ‘Collartes’ al uso, o aquellos firmantes de
pactos en Cajas de Ahorros, -IU en CajaMadrid, elección de Blesa- etc. Deberíamos
poder elegir en las listas, dentro de partidos, que hayan contrastado ideas con
el electorado y además han tenido batallas internas dentro de su partido para
ser escogidos, es allí en la organización donde pueden sumar apoyos, y parece
lógico que sean escasos siendo ‘el más puro’, las mayorías desplazan a los
márgenes a las ideas extremas.
Este mecanismo de elección permite cribar
candidatos, sopesar individuos y por descontado empuja también intereses que
aúpan o derriban. Pero hay que asumir que los intereses forman parte
inseparable de los seres humanos, por tanto de la política, precisamente se
trata de acompasarlos, de oponerlos, derrotarlos, tolerarlos, sumarlos,… pero
nunca ignorarlos. Poder influir los electores sobre los elegidos, tener en
manos de la ciudadanía posibilidades de penalizar candidatos, de influir sobre
ellos, de que asuman nuestros intereses.
Muchos comportamientos corruptos, o
‘canallescos’, de políticos se amontonan sin castigos, o reprobaciones, ni por
los partidos ni por parte de la ciudadanía y no es posible esperar una
revolución para corregirlos, se trata de modificar cuanto antes la posibilidad
de transformar el funcionamiento de los partidos, lo cual no se producirá sin
la participación ciudadana, sin mecanismos que faciliten participación e
intervención directa, comenzando por poder influir en mucho mayor grado los
electores sobre los elegidos. En cualquier caso no olvidemos que la ley
electoral, como cualquier otra, es valiosa, pero por sí solas, insuficientes
para resolver los problemas si la ciudadanía no empuja en sus ámbitos de vida,
calle, trabajos, estudios, medios de comunicación…
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