jueves, 20 de septiembre de 2012

Murió Santiago Carrillo.


En la cama mientras dormía. A los 97 años, que ya son con gran lucidez, suficiente para analizar y opinar sobre la actualidad en los medios de manera habitual. Han pasado por su féretro en los locales de CCOO políticos de antaño, de todos los colores, y han opinado positivamente amigos y adversarios de manera abundante.

Los españoles hablamos bien del muerto, en este caso también se hablaba bien de Carrillo en vida. Se destacaba por todas partes, fundamentalmente, su papel en la Transición, que como todo el mundo sabe fue su etapa menos comunista. Fueron momentos en los que estuvo más pegado al terreno concreto y real, olvidando viejas doctrinas, su visión particular del comunismo y quizás por ello los momentos de su vida en los que contribuyó más a cambiar su entorno.

Aceptar el capitalismo, la monarquía, la bandera, la Constitución, y a los políticos postfranquistas de aquellos tiempos, con los que se llevó francamente bien, como Suarez y su gente cercana, contribuir a que millones de personas aceptaran estas posturas y defenderlas entre los suyos es lo que más se glosa estos días como contribución a la convivencia y creación de la España democrática.

Realmente debió ser muy duro para él, defender cosas contra las que se había luchado duramente, convencer a miles de personas de que aceptar ese marco de convivencia, con todos dentro, era mejor que rechazarlo con muchos quedándose fuera, le costó al final que le echaran del PCE, cuando las luchas internas y los resultados electorales no reflejaron la influencia que esperaban.

Pero, sí, debió resultarles duro a la militancia del PCE, en aquella segunda mitad de los setenta, cuando las huelgas y conflictos laborales y políticos, en las empresas, universidades, asociaciones vecinales y en las calles, eran diarias y en todos los puntos de España, nada parecido a la actualidad, ni por asomo. En muchas de ellas el PCE actuaba como apagafuegos, intentando que aquello no se desmadrara del redil democrático, apoyándose en su abnegada militancia, que era superior en número a la de cualquier otro partido, aunque no es menos cierto que la suma de la extrema izquierda podría ser similar numéricamente -o superior- por lo que en todos los tinglados había enfrentamientos entre unos y otros.

En la derecha postfranquista siempre tuvieron la incógnita de la verdadera capacidad de dirección y control por el PCE de aquellas luchas, pero en todo caso apostaron por considerarle un interlocutor de primerísimo orden y Carrillo logró con su trabajo una importancia y peso político muy superior a la que posteriormente le reconocerían los ciudadanos con sus votos.

Su influencia sirvió para 'diluir las ganas de bronca', calmar ánimos de utopías que no consideraba viables, luchas sí, pero con límites, en definitiva consiguió que el empuje del PCE sirviera a la causa de la democracia olvidando cualquier otra. En mi opinión fueron los momentos de su vida –al menos desde 1939- en los que más contribuyó a realizar mayores transformaciones sobre mayor número de personas.

Cuando le expulsaron del PCE fundó otro partido, como siempre en estos casos, el verdadero, la vieja tradición comunista siguió acompañando las proclamas de ‘la unidad comunista’, pero duró poco siendo engullido por el PSOE, quedándose Carrillo fuera, ya como analista político, por cierto más acertado que en sus análisis del franquismo.

Paradojas de la vida, aunque no tanto. Las costumbres comunistas y errores doctrinarios llevaron a Carrillo en etapas anteriores  a hartarse de machacar y expulsar del PCE a intelectuales luchadores antifranquistas, anónimos y de primera línea, como Semprún o Claudín, etc., siempre por traidores. Ese vicio de ser portador de las tablas del profeta sigue vigente hoy día, en tantas y tantas expulsiones, fracciones, refundaciones… Al final del franquismo, joder como descalificaban, ellos los elegidos, a todos los rojos a su izquierda que no eran como ellos, quienes a su vez lo hacían con todos los demás.

El PCE que con su estructura de la postguerra permitió sumar a todo aquel que se quisiera mover contra Franco, no fue capaz de transformarse lo suficiente y continuar en la nueva etapa con sus doctrinas y formas organizativas incorporando gente para transformar la sociedad. Y cedió el testigo al PSOE que en los finales 70 y 80 asumió el papel de sumar y agrupar a todas aquellas personas que quisieran crear la sociedad democrática postfranquista, apoyándose para ello en formas organizativas e ideologías menos doctrinarias, con mayores dosis de libertad y permeabilidad social.


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