En
la cama mientras dormía. A los 97 años, que ya son con gran lucidez, suficiente
para analizar y opinar sobre la actualidad en los medios de manera habitual.
Han pasado por su féretro en los locales de CCOO políticos de antaño, de todos
los colores, y han opinado positivamente amigos y adversarios de manera
abundante.
Los
españoles hablamos bien del muerto, en este caso también se hablaba
bien de Carrillo en vida. Se destacaba por todas partes, fundamentalmente, su
papel en la Transición, que como todo el mundo sabe fue su etapa menos
comunista. Fueron momentos en los que estuvo más pegado al terreno concreto y
real, olvidando viejas doctrinas, su visión particular del comunismo y quizás por
ello los momentos de su vida en los que contribuyó más a cambiar su entorno.
Aceptar
el capitalismo, la monarquía, la bandera, la Constitución, y a los políticos postfranquistas
de aquellos tiempos, con los que se llevó francamente bien, como Suarez y su
gente cercana, contribuir a que millones de personas aceptaran estas posturas y
defenderlas entre los suyos es lo que más se glosa estos días como contribución
a la convivencia y creación de la España democrática.
Realmente
debió ser muy duro para él, defender cosas contra las que se había luchado duramente,
convencer a miles de personas de que aceptar ese marco de convivencia, con todos
dentro, era mejor que rechazarlo con muchos quedándose fuera, le costó al final
que le echaran del PCE, cuando las luchas internas y los resultados electorales
no reflejaron la influencia que esperaban.
Pero,
sí, debió resultarles duro a la militancia del PCE, en aquella segunda
mitad de los setenta, cuando las huelgas y conflictos laborales y políticos, en
las empresas, universidades, asociaciones vecinales y en las calles, eran
diarias y en todos los puntos de España, nada parecido a la actualidad, ni por
asomo. En muchas de ellas el PCE actuaba como apagafuegos, intentando que
aquello no se desmadrara del redil democrático, apoyándose en su abnegada militancia,
que era superior en número a la de cualquier otro partido, aunque no es menos cierto
que la suma de la extrema izquierda podría ser similar numéricamente -o superior- por lo que
en todos los tinglados había enfrentamientos entre unos y otros.
En
la derecha postfranquista siempre tuvieron la incógnita de la verdadera
capacidad de dirección y control por el PCE de aquellas luchas, pero en todo
caso apostaron por considerarle un interlocutor de primerísimo orden y Carrillo
logró con su trabajo una importancia y peso político muy superior a la que
posteriormente le reconocerían los ciudadanos con sus votos.
Su
influencia sirvió para 'diluir las ganas de bronca', calmar ánimos de utopías que
no consideraba viables, luchas sí, pero con límites, en definitiva consiguió que el
empuje del PCE sirviera a la causa de la democracia olvidando cualquier otra.
En mi opinión fueron los momentos de su vida –al menos desde 1939- en los que
más contribuyó a realizar mayores transformaciones sobre mayor número de
personas.
Cuando
le expulsaron del PCE fundó otro partido, como siempre en estos casos, el
verdadero, la vieja tradición comunista siguió acompañando las proclamas de ‘la
unidad comunista’, pero duró poco siendo engullido por el PSOE, quedándose
Carrillo fuera, ya como analista político, por cierto más acertado que en sus
análisis del franquismo.
Paradojas
de la vida, aunque no tanto. Las costumbres comunistas y errores doctrinarios
llevaron a Carrillo en etapas anteriores a hartarse de machacar y expulsar del PCE a
intelectuales luchadores antifranquistas, anónimos y de primera línea, como
Semprún o Claudín, etc., siempre por traidores. Ese vicio de ser portador de
las tablas del profeta sigue vigente hoy día, en tantas y tantas expulsiones,
fracciones, refundaciones… Al final del franquismo, joder como descalificaban,
ellos los elegidos, a todos los rojos a su izquierda que no eran como ellos,
quienes a su vez lo hacían con todos los demás.
El
PCE que con su estructura de la postguerra permitió sumar a todo aquel que se
quisiera mover contra Franco, no fue capaz de transformarse lo suficiente y
continuar en la nueva etapa con sus doctrinas y formas organizativas incorporando
gente para transformar la sociedad. Y cedió el testigo al PSOE que en los
finales 70 y 80 asumió el papel de sumar y agrupar a todas aquellas personas
que quisieran crear la sociedad democrática postfranquista, apoyándose para
ello en formas organizativas e ideologías menos doctrinarias, con mayores dosis
de libertad y permeabilidad social.
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