Destruir siempre fue mas sencillo que construir, y la destrucción en marcha dudo que permita construir una sociedad mejor, no ahora, lo cual será imposible, se independicen o no, ni siquiera esos cimientos soportarán una sociedad mas libre, justa, solidaria e igualitaria en el futuro lejano. El cambio de era que hemos iniciado los españoles parecía demasiado fácil para algunos, o precisamente por su incapacidad para afrontarlo, ni siquiera para verlo, es por lo que le suman dificultades de muy difícil solución, y sea cual sea ésta, la situación que se genere con independencia o sin ella, será bastante menos favorable para encontrar posibles caminos hacia el futuro de cataloespañoles, unos y otros. Y encima algunos quieren vender como progresista aumentar penalidades a la población, en general y en particular a los menos favorecidos.
Una de las lecciones de la reciente experiencia
del referéndum en Escocia, es que una sociedad puede romper rápidamente sus
lazos, engarces, relaciones y equilibrios. Los escoceses son más pacíficos que los españoles, y con
menores componentes emocionales en conflicto, ya que nadie discutía por ser
ampliamente aceptado, si eran una nación o no, ni peleaban por la lengua, o por
su historia, ni siquiera por la jefatura del estado que seguiría ostentando la
reina,… han mostrado que una sociedad compleja y mestiza como la actual, conducida
a límites de elegir entre unos u otros,
necesariamente crea odios de la mitad de la población que rechaza la normalidad
de la otra mitad.
Llama la atención las rupturas que
se están produciendo entre vecinos y familias, entre bloques y calles, entre
poblaciones llevadas al extremo de tener que decidir y significarse unos frente
a los otros, por el sí o el no. Nos estamos acercando corriendo hacia el pasado
de las guerras de religión, a la antigüedad tribal; a ello conducen las luchas
por la identidad de lo distinto fomentadas por la dinámica soberanista, se
destaca lo que diferencia a las personas y no aquello que tienen en común, se
construye una unidad identitaria en contra del resto a quienes se pretende
vencer o expulsar…
El epicentro de la derrota del sí. Pablo Guimón. 19-09-14
Cataluña. Se
está produciendo una fractura social (8-11-13)
La lucha separatista podría tener
consecuencias devastadoras para los trabajadores y grupos más débiles de
españoles y catalanes, máxime al ser desarrollada sin guiones consensuados, o
con la estrategia actual que parece ser el juego del gallina, esperar
a ver quien frena primero por miedo, si Más o Rajoy, que por ahora
parece conducirán a un choque violento que a todos perjudicará. En plena crisis
económica y política, lo normal es que las incógnitas que suscitan las posturas
independentistas y las extremadamente suaves respuestas gubernamentales,
asentadas exclusivamente en el terreno de la legalidad actual y poco en la
política, no puede extrañar que en algún momento del proceso agraven las
dificultades de financiación española, pública y privada, de todos los
territorios españoles.
El desgarro se produce, el proceso sigue
imparable sin claridad para divisar el resultado final, que sea cual sea, solo agravará
la situación conocida. En el mejor de los casos, supuesto se llegara a acuerdos
satisfactorios para ambas partes, los rescoldos perdurarán bastante tiempo, la
desconfianza mutua se instala y será de una historia que pasará a los libros de
texto para generaciones futuras. El odio se está extendiendo, siempre existió,
aunque en pequeñas dosis aceptables para vivir ya que estaba asentado en
minorías ultras, la cuestión ahora es que los frascos que lo contenían se rompieron
y se extiende por mayorías considerables de población, y no respeta edades,
creció respecto a los años pasados y nos tocará vivirlo a nosotros, lo cual
resulta paradójico: con la democracia, el autogobierno y la lengua, y su gran
desarrollo económico, ha aumentado el odio a lo español, ¡más que durante el
franquismo!
Sobre la recurrencia a la política del
odio escribe José Ignacio Torreblanca en ‘La
política del odio’, ‘los que odian se reagrupan
para sacar tajada de la debilidad de las instituciones nacionales y europeas y
captar votos con mensajes basados en la etnia, la pobreza, la ignorancia o la
supuesta inferioridad cultural de otros… mantiene que si la política
se mantiene en torno a discutir qué se lleva quien, en definitiva
si se trata de discutir sobre recursos y su distribución será posible encontrar
salidas, pero si se trata sobre la imposición de valores será mucho más difícil
‘las diferencias morales, identitarias, religiosas o culturales no se pueden
repartir tan fácilmente. Por eso son tan útiles; polarizan a los electorados,
alejándolos del centro, y fidelizan a los votantes en los extremos. Si la
política es racional, puedo cambiar mi voto en cada elección dependiendo de qué
ofrezcan unos y otros. Pero si lo que me juego es mi identidad, religión o
cultura y lo que me mueve es el odio, cómo voy a votar por los otros. Si el
odio funciona es porque es el instrumento favorito de un tipo de guerra que
suele pasar desapercibida: la guerra cultural.’
El odio rompe relaciones, un
problema importante de cualquier separación, la quiebra de relaciones puede
dañar profundamente las personales y colectivas, cívicas y culturales,
empresariales y sindicales… tanto en el interior de Catalunya como entre
españoles y catalanes, sean quienes sean unos u otros. La ruptura afectará a
las relaciones de todo tipo, también a las económicas. Los soberanistas en su
propaganda disminuyen los riesgos económicos hasta hacerlos desaparecer en
pocos meses caso de producirse, como si una declaración unilateral de
independencia se tratara de un pacto amistoso, es probable que genere posibles
bloqueos económicos y políticos, deslocalizaciones empresariales, boicots,
aranceles, dumping, reducción de competitividad por la energía social que se
llevará la crispación y pérdida de capital humano, por desgaste de fuerzas, los
procesos de lucha en política exterior hoy casi inexistentes, tomarían otra
forma, ONU, UE, es de suponer que ante una ruptura no se facilitaran encajes al
nuevo estado.
La emigración de postguerra y
descendientes, es un rio del que ahora bebe la independencia, no sabemos
por cuanto tiempo, aunque no son asimilables emocionalmente al independentismo,
ni por ideología, historia, tradición, o herencia, ni por status social y
económico. El deterioro económico consecuencia de la crisis explica el
apoyo de grandes sectores de población trabajadora a la única alternativa que
le plantean a su penosa situación, salida milagrosa porque hay que tener fe
ciega, en que mejoraría las condiciones de vida y trabajo, pero explica la
rápida subida de cifras, sin que pueda descartarse que parte de este sector
retire sus apoyos con igual velocidad que los aportó. Un sector de trabajadores
se sienten traicionados por los partidos de izquierda catalanes y perdidos en
la crisis que los arrasa. En todo caso, el número es considerable, directa e
indirectamente suman la mitad de la población, por lo que aparecen problemas para
respetar sus libertades, que suelen olvidarse en tertulias entre amigos y en
posiciones cercanas a comprender los derechos nacionalistas. Cada cual
que hable su lengua, es un derecho, pero, lo será para
todos; si quieren independencia están en su derecho,pero, ¿quienes,
cuantos quieren irse, y los demás?, hasta hace pocos días los que querían la
independencia eran un 15%, luego doblaron, y ahora con la suma de todos pueden
ser la mitad de la población, pero las voces que escuchamos en este proceso son
las de una mitad, solo se escuchan los tambores nacionalistas, ahora en la
lucha por la independencia.
La creación de dos trincheras,
secesionistas y unionistas, la simplificación extrema es un coste del
secesionismo, esta polarización irá en aumento, si no se lucha por hacer oír
otras voces. Algunos quieren ser protagonistas únicos, -allí y aquí- para ello
tratan de expulsar y silenciar muchas voces que no se encuentren en los
extremos, típicamente español, allí y aquí. La separación que provoca
la apropiación por la carcunda de símbolos, lugares e historia de España, lleva
a miles de progresistas a abrazar las políticas de otros nacionalismos,
fundamentalmente porque esos nacionalistas se enfrentan al nacionalismo
español, y lo hacen asignándolos erróneamente un plus de democracia ideal que
no tienen respecto a las ideas constitucionales. Enfrente parece que la
política que se desarrolla, en los discursos y los hechos es la de la
confrontación, sea o no la estrategia diseñada todo parece conducir a lograr
ese objetivo haciéndolo coincidir en el año santo de 2014, es
lo que Joaquín Coll llama ‘el accidente
insurreccional’.
La intervención de la extrema derecha, echará más leña
al fuego agravándolo todo, puesto que su postura conduce únicamente a la
radicalización, a derrotar, no a pactar; a vencer y no a convencer, pero, si
existe una salida estará en el camino de la persuasión, solo con más argumentos
y mejores en la dirección de incluir y no excluir, podrá mantenerse el
independentismo reducido a la minoría que siempre tuvo. Los carpetovetónicos
creen que no tiene razón la Generalitat, y lo que es peor, que los catalanes no
tienen razones, como si no hubiera motivos y todo fuera un invento, como si no
fuera necesario discutir y entenderse para convivir y resolver problemas. Los
mismos carpetovetónicos catalanes llevan muchos años difundiendo que los
españoles son antidemócratas, explotadores, vagos y ladrones, y que no tienen razones
para la convivencia, ¡que poco se diferencian!
Este asunto tan complicado, está apoyado en algunas motivaciones
reales junto con otras inventadas, haciéndose peligroso por el camino que
transita que no parece tener retorno y complejo porque toda sociedad es un
conjunto de múltiples interrelaciones y el catalán tiene muy poco que ver con
un pueblo unívoco como proclama el soberanismo. Ninguna solución podrá ser
sencilla, mucho menos si se oponen legalidades y legitimidades diferentes, aquellos
que las propugnan solo entorpecerán y su participación dificultará encontrar
salidas, que para serlo, deberán ser negociadas, si fueran impuestas no serían
estables, no durarían; y deberán ser consensuadas muy ampliamente, lo cual
requiere un clima de serenidad ya que todos deben aceptar ceder un tanto.
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