lunes, 7 de octubre de 2013

Jornada Mundial por el trabajo decente





Apenas el 7% de los trabajadores y trabajadoras tanto en la economía informal como en el sector formal son miembros de sindicatos, sin embargo cientos de millones más quieren la seguridad y la protección que brindan los sindicatos. Organizar nuevos miembros es la tarea más crucial que ha de abordar el movimiento sindical en el mundo entero, y la Jornada Mundial por el Trabajo Decente representa una gran oportunidad para hacer llegar el mensaje sindical a lo largo y ancho del globo, de tender la mano a otros para ayudarlos a afiliarse a un sindicato y apoyar acciones de solidaridad a nivel mundial para los trabajadores y trabajadoras.
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Cuando Jeremy Rifkin, en 1994 escribió 'El fin del Trabajo', en España editado en 1996 por Paidós, anticipaba lo que la globalización, los mercados y los emergentes conseguirían al comienzo del siglo XXI. El trabajo tal como lo entendimos en el siglo pasado, se va de Occidente, en el otro platillo de la balanza aparecen las nuevas divisiones de millones de trabajadores emergentes que satisfacen sus necesidades con menos de dos dólares diarios.

Mi particular contribución a la jornada es recomendarles que se descuelguen el libro 'Sobre el paro. Y aledaños' que publiqué el año pasado pretendiendo explicar el proceso, dentro de la crisis, en el que estamos inmersos los españoles y los europeos y en el que ya estaban los norteamericanos. 

A pesar de las diferencias existentes entre los diferentes países europeos, no podemos dejar de engañarnos demasiado. En Alemania la cumbre de la bondad económica de la crisis, hay menos horas de trabajo hoy que hace 20 años, la crisis la sortean con mini trabajos de pocas horas, en realidad repartiendo el trabajo se han reducido las cifras oficiales de paro. En España se está sorteando con la economía sumergida, o el trabajo precario de pocas horas pocos días al mes. En el resto de Europa se dan situaciones intermedias, pero en todo el continente las horas totales de trabajo no superan las de hace dos décadas. 

Repartir el trabajo, aquella consigna progresista, pretendía lograrse manteniendo mismas condiciones de vida, sanidad, educación, pensiones,... los mismos salarios para menos horas de trabajo porque aumentó la productividad. El resultado es que los aumentos de productividad conseguidos, aquella vieja plusvalía generada, se la apropian los ultra-ricos a través de los mecanismos financieros que acumulan cada vez mayor riqueza, dejando unos platos a los capitalistas productivos y las migajas al resto, produciendo la mayor desigualdad mundial desde mediados del siglo pasado.


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