La Casa
Europea, en llamas. 27-01-2019
Manifiesto de
los Patriotas Europeos ante la celebración de las próximas elecciones al
Parlamento de la UE
Europa está en peligro.
En todas partes aumentan las críticas, las afrentas,
las deserciones.
Acabar con la construcción europea, reencontrar el
“alma de las naciones”, reconectar con una “identidad perdida” que no existe,
muchas veces, más que en la imaginación de los demagogos: ese es el programa
común de las fuerzas populistas que están inundando el continente.
Atacada desde dentro por falsos profetas borrachos de
resentimiento, que creen que su hora ha llegado, abandonada desde fuera por los
dos grandes aliados —del otro lado del Canal de la Mancha y del otro lado del
Atlántico— que, en el siglo XX, la salvaron en dos ocasiones del suicidio,
presa de las maniobras cada vez menos disimuladas del señor del Kremlin,
Europa, como idea, voluntad y representación, está desintegrándose ante
nuestros ojos.
Este es el nocivo clima en el que se van a celebrar,
en mayo de este año, unas elecciones europeas que, si no cambian las cosas, si
nada contiene la ola que crece, y empuja, y sube, si no surge rápidamente en
todo el continente un nuevo espíritu de resistencia, pueden ser las elecciones
más catastróficas que hayamos visto jamás: la victoria de los destructores, la
humillación de los que aún creen en el legado de Erasmo, Dante, Goethe y
Comenio, el desprecio a la inteligencia y la cultura, los estallidos de
xenofobia y antisemitismo; un desastre.
Los abajo firmantes no se resignan a que ocurra esta
catástrofe anunciada.
Son patriotas europeos, más numerosos de lo que se
cree pero, a menudo demasiado conformistas y silenciosos, que saben que nos
enfrentamos, 75 años después de la derrota de los fascismos y 30 años después
de la caída del muro de Berlín, a una nueva batalla en defensa de la
civilización.
Debemos urgentemente dar la voz de alarma contra los
incendiarios que juegan con el fuego de nuestras libertades
Su memoria de europeos, la fe en esa gran idea que han
heredado y que ahora custodian, la convicción de que esa idea fue lo único
capaz de elevar a nuestros pueblos por encima de sí mismos y de su pasado
guerrero y mañana será lo único capaz de evitar la llegada de nuevos
totalitarismos y el regreso a la miseria de los tiempos más oscuros, todo eso
les impide darse por vencidos.
De ahí esta invitación a la acción.
De ahí este llamamiento a la movilización en vísperas
de unas elecciones que se niegan a dejar en manos de los enterradores.
De ahí esta exhortación a retomar la antorcha de una
Europa que, a pesar de sus incumplimientos, sus errores y a veces sus
cobardías, sigue siendo una segunda patria para todas las personas libres del
mundo.
Nuestra generación se ha equivocado.
Igual que los garibaldinos que en el siglo XIX
repetían como un mantra: “Italia se fara di se”, creímos que la unidad del
continente se forjaría sola, sin tener que aplicar voluntad ni esfuerzo.
Hemos vivido con la falsa ilusión de una Europa necesaria,
inscrita en la naturaleza de las cosas, que se construiría sin nosotros aunque
no hiciéramos nada, porque la Historia estaba de su parte.
Ese providencialismo es con lo que tenemos que romper.
Esa Europa perezosa, carente de recursos y de ideas,
es con la que hay que terminar.
Ya no hay otro remedio.
Cuando retumban los populismos, debemos desear Europa,
o naufragaremos.
Cuando en todas partes está la amenaza del repliegue
nacionalista, debemos recuperar el voluntarismo político, o consentiremos que
se impongan el resentimiento, el odio y su comitiva de tristes pasiones.
Y debemos urgentemente, desde este mismo momento, dar
la voz de alarma contra los incendiarios que, desde París hasta Roma, pasando
por Dresde, Barcelona, Budapest, Viena y Varsovia, juegan con el fuego de
nuestras libertades.
Porque ese es el reto: detrás de esta extraña derrota
de Europa que está tomando forma, detrás de esta nueva crisis de la conciencia
europea, empeñada en deshacer todo lo que contribuye a la grandeza, el honor y
la prosperidad de nuestras sociedades, lo que está en entredicho —algo que no
ocurría desde los años treinta— son la democracia liberal y sus valores.
Se adhieren a este manifiesto Vassilis
Alexakis (Atenas) Svetlana Alexievitch (Minsk) Anne
Applebaum (Varsovia) Jens Christian Grøndahl (Copenhague) David
Grossman (Jerusalén) Ágnes Heller (Budapest) Elfriede
Jelinek (Viena) Ismaïl Kadaré (Tirana) György
Konrád(Debrecen) Milan Kundera (Praga) António
Lobo Antunes (Lisboa) Claudio Magris (Trieste) Adam
Michnik (Varsovia) Ian McEwan (Londres) Herta
Müller (Berlín) Ludmila Oulitskaia(Moscú) Orhan
Pamuk (Estambul) Rob Riemen (Ámsterdam) Salman
Rushdie (Londres) Fernando Savater (San
Sebastián) Roberto Saviano (Nápoles) Eugenio Scalfari (Roma) Simon
Schama (Londres) Peter Schneider (Berlín) Abdulah
Sidran (Sarajevo) Leila Slimani (Rabat) Colm
Tóibín (Dublín) Mario Vargas Llosa (Madrid) Adam
Zagajewski (Cracovia).
Copyright:
Libération / Bernard-Henri Lévy. Traducción
de María Luisa Rodríguez Tapia.
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