Después de aquella atrocidad del
atentado al despacho laboralista de los abogados en Atocha, 24-01-1977, el
miedo se extendió entre la extrema izquierda. Y como la mejor forma de combatir
el miedo es prevenirse, es decir, adecuarse al nuevo entorno, todo el mundo hizo
planes. Nosotros al menos sí.
La nueva realidad después de la
muerte de Franco era tremendamente confusa, y violenta, muy alejada de la idea
de compadreo y espíritu dialogante,
nada que ver con lo que muchos capullos dicen ahora sobre pretendidos pactos, como
si todo hubiera sido una balsa de aceite, lo dicen pero desde posiciones muy
tranquilas y bien alimentadas. Las diadas de cientos de miles de personas en
fiesta, arropadas por los mossos,
apoyada y financiada por la Generalit y los poderes económicos… o las acampadas
en Sol; esas cosas están enormemente alejadas de los riesgos que soportábamos en
aquellos días de enero, en meses y años anteriores y en meses y años
posteriores. Asesinatos de la extrema derecha, -Arturo Ruiz, Yolanda…- detenciones
y palizas policiales, despidos del trabajo, pelotazos de goma o botes de humo que
mataban, -María Luz Nájera-… cargas policiales para desalojar iglesias que utilizaban
fuego real, -Vitoria- balas que mataban, muertos por manifestarse por mejoras
de convenio –Teófilo del Valle- agresiones fascistas en las calles por, repartir
panfletos o hacer pintadas; Francisco Javier Verdejo muere por disparos mientras
pinta ‘Pan, trabajo y libertad’… total, cerca de 600 muertos.
Franco murió en la cama, lo cual indica que hubo muchos millones de españoles a quienes les daba
igual aquello, lo vivían cómodamente y muchos tenían el suficiente miedo como para
no moverse, también indica que había grandes fuerzas económicas y políticas,
internas y externas que no hicieron nada para terminar de una puta vez con
aquello; así que hubo que empujar mucho y fuerte, la punta de lanza estable de la lucha antifranquista, la vanguardia
que se decía entonces, era cuestión de unos pocos miles de militantes, de multitud
de grupos clandestinos, que constantemente agitábamos y movilizábamos a decenas
o centenares de miles de obreros y estudiantes, en fábricas, universidades y
barrios; otros muchos millones de españoles soportaban unas condiciones de vida
y trabajo bastante penosas, muy alejadas de la situación actual, y se movilizaban
esporádicamente por mejorarlas. Poco a poco, mientras se fue suavizando la
situación se irían incorporando muchos miles de luchadores nuevos.
Además de los capullitos que no
vivieron nada de aquello, también algunos desengañados que lucharon por la
revolución, y que no lograron, a veces hablan resentidos de su experiencia al
sentirse traicionados, en estos casos se entiende algo mejor que en el anterior.
Es cierto que mucha gente entregó parte de su vida y luego se sintió desplazada
en la nueva sociedad. La democracia que surgió de aquello, al fin y al cabo fue
la resultante que salió de todas las fuerzas en lucha cada una tirando para su
objetivo. Naturalmente que hubo compromisos y cesiones de unos y otros, siempre
los hay, en cualquier tiempo y lugar, fuera en la revolución rusa o francesa…
pero aquello no salió del planing de nadie.
En 1977 el tiempo volaba, todo
sucedía a velocidad de vértigo, imposible tener seguridad por parte de nadie de
que pudiera caminarse y lograrse un resultado previsible, concreto y
determinado, un factor determinante de ello era el desconocimiento por parte de
todos los actores de las fuerzas de cada cual. Que sentía el ejercito? y la
extrema derecha? las fuerzas del capitalismo franquista eran mayores que las
del capitalismo democrático? los posibles partidos democráticos con que fuerza
contaban? Los partidos de izquierdas que fuerza tenían? El PCE en el entierro
de los abogados hizo una enorme demostración de control y seguridad, que sin
duda le valió un sobresaliente para
su legalización posterior.
Pero aquí en este espacio de ‘Las
batallitas del abuelo Cebolleta’, cuenta la anécdota personal, la vivencia
individual. Y puesto que realmente nadie de los allí presentes confiaba en
pacto alguno, la situación de miedo nos abría una puerta para realizar cambios urgentes
en la seguridad. Pero lo específico de aquella situación no estaba en la
seguridad personal, en la vida diaria y en las acciones, en las manifestaciones,
en las calles, asambleas, repartos, pintadas… ámbitos en los que evidentemente siempre
hubo normas estrictas que fueron relajándose con el tiempo.
El aspecto diferencial tras los
asesinatos de abogados laboralistas de Atocha estaba referido a los locales. Había
que seguir haciendo lo mismo, pero más seguros, mejor protegidos. Nosotros
teníamos un despacho laboralista, extraordinariamente bueno, siempre estaba repleto
de gente, abogados, militantes y trabajadores clientes. Era vital para nosotros,
por las relaciones con fábricas y trabajos que permitían desarrollar lucha
sindical, permitía establecer vínculos políticos, y era vital por los ingresos
obtenidos que permitían financiarnos en gran parte. En el mismo edificio, contábamos
con otros pisos, despacho, sede central y sede sindical o más abierta. Había
que blindarlos.
Me encargué de la tarea. La idea
esencial era lograr un control en la puerta de entrada que evitara sorpresas ante
un posible ataque de ‘clientes/agresores fascistas’. Los pisos eran enormes y
situados en una de las mejores zonas nobles de Madrid, los que tenían aquellos
espectaculares tamaños, similares a todas las sedes de partidos de entonces,
entre otras razones porque sus precios de alquiler, y compra eran baratísimos,
hasta la entrada en la OTAN.
El plan concreto era habilitar una
primera puerta con apertura a distancia, mediante un mecanismo eléctrico,
similar a los de puertas comunitarias o comerciales, para dar paso a un hall de
entrada estanco, una habitación blindada en la que quedabas retenido, a
expensas de la apertura de otra puerta blindada por la persona que controlaba a
través de la ventana tras un cristal blindado, como el utilizado entonces en
las cajas de los bancos. Había que construir el muro para realizar la estanqueidad,
hacer una puerta y blindarla, hacer una ventana y blindarla y comprar
mecanismos de apertura y comunicación.
Fue en la calle Conde Duque muy
cerca de Alberto Aguilera donde compré las cerraduras de apertura a distancia que
instalé fácilmente y en la antigua zona industrial de Méndez Álvaro, tras el
Mercado de Legazpi, compré las planchas de acero que atornillamos en las
puertas de madera, que dotamos de grandes cerraduras de seguridad, después de
construir los tabiques de separación con ladrillo doble. De aquella manera
quedamos más protegidos, la idea se perfeccionó con elementos disuasorios simples
que pudieran expulsar a gente de hall, troneras en el muro a gran altura para
soltar por las mismas recipientes de fino cristal, probetas con productos
químicos de venta normal en droguerías, pero que mezclados fueran
suficientemente molestos para que visitantes no queridos se sintieran incómodos
en el hall. De entonces conservo todavía algún espray de defensa personal.
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