Que las tradiciones son inventos recientes,
algunos lo sabemos desde que leímos a Eric Hobsbawm.
No solo las tradiciones nacionalistas, costumbristas, culturales… sobre todas
ellas las religiosas, casi siempre
basadas en evangelios, escritos y reinterpretados muchísimos años después de los hechos narrados; esos textos retraducidos lo cual modifica palabras y el sentido e interpretaciones cien años después
de que ocurrieran aquellas pretendidas cosas que relataban que casi siempre
eran invenciones basadas en leyendas de otras civilizaciones de cientos de años
anteriores al cristianismo. La cosa empeora con el trascurso del tiempo y el
monopolio del poder delegado de Dios, poder de interpretación de las fuentes,
los escritos ni siquiera eran difundidos; La Biblia estuvo prohibida muchos
cientos de años, aunque la gente ni siquiera sabía leer. Las Iglesias, los
hombres que detentaban el poder, se encargaron de interpretar y modificar al
gusto, esas leyendas y mitos, adaptándolas a cada momento.
Durante mucho tiempo cualquiera se atrevía a
decir algo, a la hoguera, descuartizado, apaleado… pero en el siglo XXI, por
favor. De cómo eran las cabalgatas de reyes hace muchos años en España, un buen
documento gráfico es la extraordinaria película Plácido –una de las mejores
pelis de la historia del cine-. Plácido estrenada en 1961 nos sitúa en la
España de finales de los cincuenta, larga postguerra de miseria, frio,
represión…, pero ya vemos el carácter comercial de aquel desfile/cabalgata,
participando los vehículos motores de la época, protagonizado por la motocarro,
los disfraces, las autoridades, las fuerzas vivas, y los pobres…
Algunas personas creerán que las cabalgatas
siempre fueron igual a como las tienen idealizadas, en su cabeza. Pero nada más
lejos de la realidad, como nos recuerda Juan G. Bedoya, experto religioso, que
escribe sobre los avatares de la pretendida seriedad histórica de las
tradiciones. David Trueba nos deleita con su opinión espolvoreando un poco de
contenido político:
…/…
En el relato evangélico, por cierto, no hay padre, nunca aparece José en esa escena del pesebre, el buey y el asno. Peor aún. Ni siquiera hubo burro ni pesebre, si hacemos caso al tercer tomo de la biografía de Jesús escrita nada menos que por el papa emérito Benedicto XVI, uno de los grandes teólogos católicos con el nombre civil de Joseph Ratzinger (La infancia de Jesús, Editorial Planea. 2012). Recuerden el lío. Mejor dicho, releamos las ironías que se publicaron, también en torno a la afirmación de que Jesús nació en Belén, y no en Nazaret, como sabe todo historiador que se precie. El propio Ratzinger entra en materia: “Nazaret no era un lugar que hubiera recibido promesa alguna. Por eso, la respuesta que un futuro discípulo de Jesús, Felipe, ha dado a su compañero Natanael cuando este le comunica que aquel de quien escribieron los profetas lo hemos encontrado: Jesús, hijo de José, de Nazaret. Pero, ¿de Nazaret puede salir algo bueno?, replica Felipe”. Entre los evangelistas canónicos, Mateo y Lucas escriben que Jesús nació en Belén, y Marcos y Juan afirman que su venida al mundo ocurrió en Nazaret.
…/…
En realidad, al papa Ratzinger le importaba poco el debate sobre los hechos. Partiendo de su idea de que se saben pocas cosas sobre Jesús, le motiva más el que los hechos coincidan con profecías de la Biblia. Si no coinciden, peor para los hechos. Si Jesús hubiera nacido en Nazaret, una pequeña ciudad de Galilea antes de él sin ninguna celebridad, ¿cómo casar el que descendiese de la casa de David? También se derrumbaría con estrépito la larga genealogía de José, el padre legal de Jesús, que remonta hasta Adán pasando por David y Salomón. El fundador del cristianismo, qué menos que emparentarse con reyes y compararse con el emperador Augusto.
En el relato evangélico, por cierto, no hay padre, nunca aparece José en esa escena del pesebre, el buey y el asno. Peor aún. Ni siquiera hubo burro ni pesebre, si hacemos caso al tercer tomo de la biografía de Jesús escrita nada menos que por el papa emérito Benedicto XVI, uno de los grandes teólogos católicos con el nombre civil de Joseph Ratzinger (La infancia de Jesús, Editorial Planea. 2012). Recuerden el lío. Mejor dicho, releamos las ironías que se publicaron, también en torno a la afirmación de que Jesús nació en Belén, y no en Nazaret, como sabe todo historiador que se precie. El propio Ratzinger entra en materia: “Nazaret no era un lugar que hubiera recibido promesa alguna. Por eso, la respuesta que un futuro discípulo de Jesús, Felipe, ha dado a su compañero Natanael cuando este le comunica que aquel de quien escribieron los profetas lo hemos encontrado: Jesús, hijo de José, de Nazaret. Pero, ¿de Nazaret puede salir algo bueno?, replica Felipe”. Entre los evangelistas canónicos, Mateo y Lucas escriben que Jesús nació en Belén, y Marcos y Juan afirman que su venida al mundo ocurrió en Nazaret.
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En realidad, al papa Ratzinger le importaba poco el debate sobre los hechos. Partiendo de su idea de que se saben pocas cosas sobre Jesús, le motiva más el que los hechos coincidan con profecías de la Biblia. Si no coinciden, peor para los hechos. Si Jesús hubiera nacido en Nazaret, una pequeña ciudad de Galilea antes de él sin ninguna celebridad, ¿cómo casar el que descendiese de la casa de David? También se derrumbaría con estrépito la larga genealogía de José, el padre legal de Jesús, que remonta hasta Adán pasando por David y Salomón. El fundador del cristianismo, qué menos que emparentarse con reyes y compararse con el emperador Augusto.
Sobre
Jesús hay cientos de miles de libros y en torno a 10.000 biografías
consideradas serias. Es lógico si se tiene en cuenta que su nacimiento, pese a
tener fecha dudosa, parte en dos la historia de una porción del mundo desde que
el monje Dionisio el Exiguo propuso en el siglo VI —y el Papa impuso— reemplazar
la cronología romana, que contaba los días a partir de la fundación de Roma,
por una cronología cristiana. Desde entonces, se cuentan los años por un antes
y después de Cristo, aunque Dionisio se equivocó algunos años en sus cálculos.
Jesús no escribió una línea y sus evangelistas (portadores de buenas noticias)
no llegaron a conocerlo. Tampoco escribió Sócrates, pero el ateniense tuvo como
biógrafos a Jenofonte y a Platón. Así que lo que se sabe de Jesús cabe en unas
líneas. Que existió. Que era de Nazaret. Que fue un predicador incendiario. Que
suscitó el odio de los jefes judíos, que lograron que el gobernador de Judea,
el romano Poncio Pilato, lo condenara a muerte. Que fue crucificado a las
afueras de Jerusalén. Que se dijo después que había resucitado. El resto es
leyenda, mito, teología.
Pongamos
los Reyes Magos. Ni siquiera se sabe cuántos fueron. El Evangelio de Mateo dice
que tres; en la Iglesia siria tuvieron una docena (reflejo de los 12 apóstoles
y las 12 tribus de Israel), y en la copta contaron hasta 60. Según el escritor
Jesús Bastante, en los dos primeros siglos solo fueron magos. Cuando la
práctica de la magia le pareció pecaminosa a la jerarquía del cristianismo
romano —¡la de brujas que mandó quemar!—, pasaron a ser reyes, los Reyes Magos.
Tres. El primero que los convirtió en reyes fue Tertuliano, quien descubrió en
el Antiguo Testamento un pasaje que aseguraba que unos reyes acudirían a ver al
Mesías poco después de su nacimiento. San Agustín, basándose en evangelios
apócrifos, indicó que los magos habían llegado hasta Belén en dromedarios.
Hasta
el siglo XVI, los reyes magos fueron todos de raza blanca. Por necesidades
ecuménicas, el Vaticano se vio forzado a identificarlos con los tres hijos de
Noé, las tres partes del mundo conocido y las tres razas que lo ocupaban hasta
entonces. Así, Melchor, europeo, simboliza a los herederos de Jafet; Gaspar,
asiático, a los semitas; y el rey negro Baltasar, a los camitas o africanos.
Respecto a los belenes con sus
animalitos y el pesebre, fue san Francisco de Asís el primero en construir uno
en la Navidad de 1223. Era una casita de paja a modo de portal, que subrayaba
el nacimiento de un Jesús pobre entre los pobres. La imponente autoridad moral
del franciscano, patrono de los animales y que da nombre a la gran ciudad de
California, extendió pronto el mito por Europa y América.
Rajoy apela a un gran pacto político
para llevar a cabo las reformas fundamentales que España precisa. Y mientras lo
hace, con la sinceridad que fuerzan los resultados electorales, la campaña de
su partido contra la cabalgata de Reyes en Madrid roza lo surreal. … Fingir que
has entendido el mensaje de la calle para proceder a manipular un poco más con
intención de ganar tiempo y boicotear que se avance hacia la convergencia con
otros países europeos que hace tiempo que educan en las distancias entre
ciudadanía y feligresía. A lomos de un integrismo religioso que adopta formas
de festividad de fin de curso de colegio privado se han desatado los truenos
contra Carmena, feliz bestia negra de la España carpetovetónica.
Todo padre que apreciaba la mirada
inteligente de sus hijos sobre la cabalgata de Reyes ya les ha explicado antes
de salir de casa que lo que van a presenciar es una simulación festiva que pone
en pie el Ayuntamiento. Si no lo hace, corre el riesgo de que el niño reconozca
concejales disfrazados y detecte barbas postizas. …
Detrás de esta parodia de rivalidad
política lo que se esconde es una negación del derecho a la propia
personalidad, a la convivencia de distintas formas de asumir las tradiciones.
Los niños atesoran en su cerebro una mezcla perfecta de razón, intuición e
inventiva. Deberían escucharlos a ellos quienes los ponen en primera línea de
su arribismo político, del populismo trenzado a lomos de una estrella de
Oriente que solo puede guiar hacia su portal, hacia su Belén, hacia su sede
electoral. A Carmena, por ahora, hay que agradecerle que sea la primera
alcaldesa en décadas que no ha mentido sobre contaminación. Si continúa por la
línea de la sinceridad causará escándalo, pero será muy de agradecer. …
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