José M. Roca
Tras suscitar la previa expectación que forma parte del habitual ceremonial de sus apariciones en público, portavoces de Batasuna han anticipado algunas ideas sobre los estatutos que van a presentar en el registro del Ministerio del Interior para legalizar una nueva formación política que pueda concurrir a las elecciones del mes de mayo.
Según los portavoces, se trata de una decisión firme de apostar por vías exclusivamente políticas, no sujeta a cambios coyunturales ni a variables tácticas. Es una opción que rechaza la violencia, la amenaza de su uso o conductas que le sirvan de complemento para alcanzar fines políticos. Por lo dicho, los estatutos recogen la desvinculación del nuevo partido –Sortu- respecto a ETA, al rechazar la violencia como instrumento político, incluso la de ETA si la hubiere, y prever la expulsión de personas que sigan conductas sancionables previstas en la Ley de Partidos.
No hay duda de que, de ser sincera la intención, se trata de un paso adelante. De un paso adelante, para los abertzales, en el camino de lograr la paz según los principios de Mitchell, pero, para el resto, de un paso mucho más modesto como es la simple normalización de Euskadi; de hacer normal, habitual, lo que es cotidiano en otras partes, donde la lucha política no se dirime con bombas, amenazas o extorsiones.
Lo que ocurre es que este anuncio nos pilla cansados y escarmentados. Desde ese mundo han llegado demasiadas frustraciones, demasiadas conversaciones fallidas y demasiadas treguas que han acabado de forma sangrienta. Ha habido demasiados comunicados ambiguos, demasiada carga retórica, demasiado lenguaje calculado para afirmar sin decir, para amedrentar sin aparentarlo, y para contentar a los que buscaban una salida no violenta pero sin molestar a los violentos. En pocos años hemos asistido a un carrusel de solemnidades y de actos trascendentes, con los que Batasuna ha querido ir señalando con hitos enfáticos su pequeña historia. Estella, Anoeta, Loyola o Guernica forman parte de esta sucesión de actos en los que los verdaderos propósitos quedaban oscurecidos por un lenguaje sólo apto para iniciados.
Por lo tanto, no es ocioso preguntarse si se trata de un giro lampedusiano -hay que cambiar para que lo esencial permanezca- o de una rectificación; si es la renuncia a un camino desechado por inservible o un mero paso táctico -por imperativo legal-, que responde a la prisa por llegar a tiempo de presentarse a las próximas elecciones y tratar de obtener representación institucional, sin la cual no hay vida política en este país; pues a los partidos sin representación institucional sólo les queda llanto y crujir de dientes en las tinieblas exteriores.
Mientras tanto, no sólo permanece el proyecto estratégico que Batasuna comparte con ETA, sino que la propia Organización sigue ahí, en tregua, pero considerando que la “estrategia político militar es incuestionable”, y a la que podría volver si no se alcanzase por medios pacíficos el programa máximo: la fundación del país soñado, Vasconia o Euskal Herría, por unificación de las provincias españolas Álava, Guipúzcoa y Vizcaya con las francesas Labort, Baja Navarra y Sola, y la anexión de Navarra, como afirmaba en la despedida de su último comunicado: “ETA no cejará en su esfuerzo y lucha por impulsar y llevar a término el proceso democrático hasta alcanzar una verdadera situación democrática en Euskal Herría”. Y de momento, esta es la última palabra. Pero sería muy bueno que ETA dijera algo más en consonancia con la apuesta de Batasuna. Sería muy bueno para Sortu.Y para los que no somos de Sortu.
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