La sociedad desordenada
En los años sesenta y parte de los setenta, en la imprecisa frontera temporal entre los efectos de la acción de Rosa Parks en Montgomery (1955) y el fin de la guerra de Vietnam (1975), y en el marco de una serie de convulsiones que desafían el orden surgido de la II Guerra Mundial, la boyante sociedad norteamericana se ve sacudida por una intensa agitación social, suscitada por la oposición a la guerra de Vietnam y por la movilización a favor de los derechos civiles, a las que se unen otras reclamaciones.
La diversidad de problemas planteados, de medios empleados y de objetivos marcados señala algo distinto respecto al desasosiego de otras épocas, pues junto a la vieja demanda de poner fin a la segregación racial y a la guerra, o la reclamación de derechos laborales, aparecen nuevas causas promovidas por sujetos sociales hasta el momento desconocidos, que reflejan nuevas inquietudes por medio de nuevos símbolos y peculiares referencias. Es un adelanto, aún embrionario y en gran parte simbólico, de lo que luego se llamará posmodernidad, pero ya crítico con las carencias, insuficiencias y errores de la modernidad, expresado más allá del campo de la producción y del ámbito del poder político, pero sin renunciar, sino al contrario, a uno de los aportes fundamentales de aquella: la autonomía del sujeto.
La profunda corriente antiinstitucional que agita las aguas sociales, alcanza a los jóvenes de clase media, a los airados beatniks, a los tranquilos hippies, a los pacifistas de todas las razas, a las mujeres, a los homosexuales, a los inmigrantes latinoamericanos y a los parados; se hace violenta con los Weathermen, y en las barriadas negras con el Black Power, dando lugar a contradictorias demandas, porque unos pretenden reformar el sistema y otros abolirlo; unos desean volver a una vida sencilla, y otros, simplemente, que se les dejen tranquilos para vivir a su aire.
Frente a quienes, como Ginsberg, que en un verso (Howl) dice haber quemado su dinero, abogan por marginarse, se encuentran quienes creen en el sueño del american way of life y solicitan empleo estable, salario digno y poder consumir; otros defienden la indolencia -el derecho a la pereza y vivir al sol, sin prisas- contra la producción contaminante, el trabajo agotador, rutinario y mal pagado y el consumismo alienante, y unos terceros, excluidos por el color de la piel y sometidos, según Stokely Carmichael (Poder Negro), a una explotación colonial, exigen las mismas oportunidades que la población blanca en la, llamada por John K. Galbraith, sociedad opulenta, aunque de distinto modo.
El reverendo Martin Luther King propugna la movilización con el pacifismo como principio, mientras los Panteras Negras alegan la necesidad de armarse para defenderse de la brutalidad policial. Pero la violencia, tanto la institucional como la social, no deja de aparecer en las manifestaciones y motines que se producen en más de cien ciudades, dejando un saldo de más de 40 muertos, en su mayoría negros. Entre 1961 y 1965, 26 defensores pacíficos de los derechos civiles mueren violentamente. El propio King, premio Nobel de la Paz en 1964, muere asesinado en abril de 1968, un par de meses antes de que lo sea Robert Kennedy, ex Fiscal General y hermano del presidente asesinado en 1963.
El alevoso asesinato de King desata una oleada de protestas que produce otro medio centenar de muertos, mientras la represión policial y el FBI se ceban en los Panteras Negras, provocando la muerte violenta de varios de sus dirigentes y el encarcelamiento de su plana mayor.
Un importante sector apoya la resistencia al alistamiento militar obligatorio y la deserción de los soldados que libran una guerra imperial en un frente muy lejano. Otros atizan la lucha social o racial; unos hacen gala de un feroz individualismo y otros tratan de crear comunidades; unos defienden la integración racial pero otros reafirman con orgullo la cultura nativa, india o negra (black is beautiful), a costa de perder el empleo, la vida o la victoria en los juegos olímpicos (John Carlos y Tommie Smith, en Méjico); unos pretenden transformar la sociedad, pero otros intentan salir de ella consumiendo drogas (marihuana, LSD, heroína o peyote) o ensayando formas de vida marginales, pues son muchos los modos de mostrar la distancia con el sistema.
También son muchos los que desde el ámbito de la literatura, la comunicación, el teatro, la política o la filosofía muestran su personal inquietud, critican el sistema de forma general, denuncian sus límites y carencias y proponen fugas, reformas o alternativas. Kerouac, Goodman, Ginsberg, Burrouhgs, Laing, Leary, Rubin, McLuhan, Baldwin, Hoffman, Miller, Marcuse, Mailer, Malcolm X, Luther King, Seale, Betty Friedan, Kate Millet o Ángela Davies, entre otros, ejercen influencia sobre la juventud movilizada y algunos se convierten en ideólogos políticos o en venerados profetas.
José M. Roca
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