…Esa distorsión de lo real permite comparar con pasmosa normalidad a
Cataluña con Hong Kong, a los independentistas con los esclavos negros, o no
ver, por ejemplo, que la Universidad, templo del conocimiento y control ético
del poder, se subordina a él orgánicamente, aunque sus rectores, despreciando
su función pública y rompiendo el principio de igualdad, proclamen que no,
que solo ofrecen a sus estudiantes “facilidades”
para militar en el más viejo de los
objetivos: la movilización simplista y maniquea contra un enemigo, el Estado,
elevado a rango de absoluto.
Es muy difícil negociar con una vivencia, porque no es un proyecto
político: por eso la respuesta siempre suele ser un condescendiente “tú no lo
entiendes”, como si mirar desde los márgenes no procurase perspectiva y
conocimiento. Ese “no lo entiendes” significa en realidad que no lo sientes
igual, lo que destierra de un plumazo cualquier posibilidad de espacio
compartido, pues se está impidiendo objetivamente una salida. Cada
acontecimiento nuevo se convierte ya en un argumento al servicio del aparato
que has creado, del inevitable delirio que surge del camino que va entre tu
vivencia y una realidad que no se pliega a tus deseos. Desde ahí, todo lo que
sucede te va dando una y otra vez la razón.
La excepcionalidad del momento es el MacGuffin que lo
justifica todo, desde dar prebendas a los estudiantes hasta crear una asamblea
de cargos independentistas paralela al Parlament, el viejo camino de la
Udalbiltza de Ibarretxe. Ya no vale con “decidir”: se quiere decidir solo con
los nuestros. ¿Qué concepción democrática es esa que, vulnerando el respeto a
la pluralidad social, pretende prevalecer sobre las estructuras estatales o
confundirse con ellas?...
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