Los
distintos nacionalismos españoles, central y periféricos, -los dos son peores-
son muy parecidos en postulados filosóficos y en sus acciones políticas,
opresoras y represoras; ambos son excluyentes de todos aquellos que sean
diferentes. Dependiendo de momentos, será visible en los nacionalismos de allá
o acá, su intención permanente de considerar a los otros como distintos, con
menores derechos, ya que parten del supuesto de su menor calidad cultural e
histórica. El fondo del asunto es que consideran su legitimidad por encima de
la de los demás, aquello es suyo, la patria, los símbolos, las
tradiciones, el territorio, la riqueza, la cultura, la historia…
Según las élites
derechonas, españolistas, catalanistas o vasquistas, el resto de la
gente tendrá que aceptar sus postulados nacionales si quiere ser bien tratada,
si ustedes se amoldan y aceptan su inferioridad, serán aceptados socialmente,
de lo contrario serán excluidos de la tribu, del clan. La sociedad no la
entienden como conjuntos de individuos con múltiples intereses que conviven en
espacios temporales en los que solo será posible hacerlo cediendo en algunos
postulados y aceptando otros de los demás. Los nacionalistas no entienden la
sociedad compuesta por ciudadanos libres, de diferentes clases, religiones,
etnias, idiomas, edades, tradiciones etc., distintos, pero siempre en igualdad
de derechos y obligaciones, por eso ciudadanos, que con solidaridad y justicia
mejor que caridad, buscarán la equidad para toda la ciudadanía que puede
convivir con múltiples identidades diferentes.
La política
de la derechona agravará la quiebra social, conseguirán alejar millones
de individuos del sentimiento colectivo español, ‘maldita Constitución, maldito Gobierno, maldita España’, repetirá la gente. La sensación de
apátridas, de excluidos del conjunto dominará lo justo como para agravar el
problema de la identidad nacional periférica, nadie quiere ser amante de quien
le trata mal. Somos un país algo diferente en este asunto, a los extranjeros
les parecemos que no respetamos símbolos nacionales, en manifestación pública,
cultural, de representación o deportiva, que son las que ven por televisión. Somos
capaces de insultar otros himnos, banderas, representantes del estado, ritos y
ceremonias se celebran sin mínimo respeto del público, de educación hacia los
demás… maldecimos nuestra historia, y nuestra gente, de la que desconocemos
casi todo. Los extranjeros se llevan las manos a la cabeza cuando nos
comportamos de esta forma en sus ciudades, o si nos interesamos por cómo actúan
en sus países y los criticamos sin guardar un mínimo de prudencia.
No nos
sentimos respetuosos porque durante muchos años los carpetovetónicos, las derechonas
del momento, no lo han sido con el conjunto de los españoles. Las personas son
la piedra angular de los símbolos, sin un fuerte respeto a los individuos, considerándolos
ciudadanos, poco respeto puede haber hacia otra cosa, por eso tiene tantísima
importancia no herir gratuitamente, ¡Quieren
desenterrar los muertos por cobrar subvenciones! Esta gente, deberían ser
expulsados de sus partidos y cargos, no es así, les ríen y aplauden las
gracietas incluso en sede parlamentaria. El sentimiento fraternal hacia la
Constitución disminuye porque sigue habiendo muertos en las cunetas, porque se
vive en el desprecio de los poderosos hacia el pueblo, y en un problema de
enfrentamientos nacionalistas, millones de españoles sentirán simpatía por los
que se enfrentan al españolismo excluyente, o se retirarán a un lado dejando
hacer, sin oponer como mejores principios ciudadanos y progresistas los de la Constitución.
La cuestión es que esta actitud cede la Constitución a los carcas, regala su defensa,
su propiedad, lo cual acrecienta el problema de exclusión de millones de
individuos de la identidad común española.
El
orgullo y respeto por los conceptos nacionales se consigue cuando se utilizan
de forma conciliadora, cuando los símbolos se usan de forma inclusiva y
respetuosa con los otros vecinos, incluidos los contrarios. El símbolo nacional
debe serlo, si y solo si, es aceptado voluntariamente por el conjunto ciudadano.
El amor y respeto por lo español, se manifiesta defendiendo su carácter
genérico e integrador, por lo tanto combatiendo
a los ultras que se apropian símbolos y utilizan para sí.[1]
El asunto del patriotismo es altamente delicado por sentimental, encierra
muchas de las disputas de este país, las emociones pueden encabronar la
relación, crispar la convivencia hasta hacerla insoportable para muchas
personas. ¡Que se jodan!, es lo que
dicen unos arremetiendo contra los otros. Su torpeza es tan brutal como la de
aquellos que dicen ‘O me quiere a mí, o
la mato’, la misma emoción machista que provoca tanta violencia. Pero
el amor no se impone, el cariño no se puede obligar y quien lo pretenda solo
difunde odio y ánimo de exclusión lo cual suma adeptos a la independencia ‘ya que me excluyen, a la menor oportunidad
me voy’. Como poco, suma simpatías hacia otros nacionalismos que pelean con
quien me expulsa.
El
problema con la bandera, la historia, la tradición… es que no son símbolos
comunes, de todos, que deberían unir a la mayoría, no hay experiencia elegida
voluntariamente, querida y aceptada masivamente. Enfrentamientos de sangre han
sido frecuentes entre
españoles, ha faltado un componente externo de unión contra un peligro común
como tienen otras naciones. Salvo 1808, y ello, rodeado de aspectos confusos y mezclados
de modernidad y carcunda que facilitaron la vuelta de las cadenas. Al margen de
su historia antigua, la creación legal en la Transición del símbolo
nacional, reconvirtiendo la bandera franquista quitando la reminiscencia
fascista del ‘aguilucho’, es uno de los mayores puntos negros de la época, -otro
es la ley electoral, la principal llave para abrir la solución de un montón de
problemas- dejó la bandera demasiado cercana al símbolo bajo el cual combatieron
los golpistas que iniciaron la guerra civil y arropados en ella dirigieron la
represión sangrienta contra el pueblo español. Ocurre con la historia, las
tradiciones y con lo español, tiene
demasiada carga de franquismo y nacionalcatolicismo, lo que separa a la mitad
de los españoles del conjunto en el que no se sienten incluidos.
A
mucha gente le parece bien mantener el símbolo bajo el cual lucharon, creerán
que las historias y tradiciones españolistas deben ser soportadas por toda la
población -para eso ganamos la
guerra, ¡que se jodan!, gritan- pero, precisamente por ello, por
quererlo imponer a sangre y fuego, la otra mitad del país se aparta, no
puede sentirse incluido, no es querido, aquello no es compartido por amplias
mayorías y el país se debilita, la convivencia se resiente, los proyectos
comunes no salen adelante, mientras, los nacionalismos periféricos se
fortalecen. Todas las historias y tradiciones, cualquier bandera que se izara,
tendría amantes, no llegó todavía el momento de que la derecha, no la derechona,
los conservadores españoles, sean conscientes de que lo español no necesita unos pocos amantes celosos, sino que es
necesario que una gran mayoría de ciudadanos se sientan cómodos con su país, su
historia y símbolos. El problema que tenemos los españoles, ganadores y perdedores,
azules y rojos, es que compartimos espacio y tiempo y sería preferible para
todos conciliar sentimientos de los diferentes para hacer sencilla y placentera
la vida en común. La cuestión es potenciar la sociedad democrática, inclusiva.
O cada día aumentarán los que querrán independizarse.
Después
de la guerra civil y tras de la muerte de Franco, en aquellos tiempos de la
Transición hubo varios centenares de muertos, que cayeron por balas de
funcionarios protegidos por la bandera española, y por escuadrones de fachas escondidos
tras ella. Muchas palizas fueron dadas arropados con ella, muchos insultos
impartidos por quienes portaban la rojigualda. Tras el golpe de estado de
Tejero, el 23F, hemos visto por las calles, en los bares, comercios, en los
campos de futbol… a individuos que llevaban la parafernalia del golpista y
portaban la rojigualda a su lado, de hecho, los símbolos se vendían juntos, sin
que el resto de conservadores les recriminara por ello. Era el símbolo de los
que gritaban ‘Tarancón al paredón’, de aquellos que defendían una
iglesia franquista y ultra, mientras la mayoría de los azules asentía o callaba.
Carrillo, el PCE, durante la transición, la abrazó, para evitar conflictos
mayores dentro de la política de ‘reconciliación nacional’, e intentó con grandes
esfuerzos que fuera aceptada por los comunistas, es la contribución que le
reconocen desde instancias conservadoras. Entonces pudo haberse intentado una
mayor identificación popular reduciendo agravios si algunas minorías no se
hubieran apoderado de ella, sin reacción de los conservadores para criticarlo.
Desde
aquellos días la bandera y el españolismo, son utilizados con demasiada
frecuencia por la derechona[2]
para golpear al resto, siempre con la pretensión de someter o expulsar a los
españoles de su propio país. Lo español fue utilizado por muchos para excluir y
desde posiciones conservadoras no lo evitaron saliendo al paso de los
excluyentes, y ahora mentes preclaras de entre ellos reconocen el inmenso
error. ¡Qué carajo!
tenemos un serio problema.[3]
Ahora lo reconoce el Alto Comisionado para la marca España, nombrado por el
Gobierno del PP, dice que tenemos un grave problema nacional, la extrema-derecha
ha patrimonializado la bandera, un símbolo que debería ser de todos. Algo que
sabíamos desde hace bastante tiempo muchos millones de españoles y cuyo
problema, gran problema, los militantes y votantes azules no han querido
resolver, y en gran parte provocan ellos mismos, para muestra los
ejemplos de los últimos días.[4]
El Alto Comisionado del Gobierno para la Marca España, Carlos Espinosa de los
Monteros, afirmó en el Fórum Europa:
''Tenemos que limpiar
los símbolos de nuestro país de connotaciones que no le han favorecido''
conminó, abogando así por quitar a la bandera española ''toda connotación
política'' con el objeto de que ''sea percibida como patrimonio de todos''.
''La extrema derecha hizo mucho daño patrimonializándola'', lamentó. Espinosa de
los Monteros emitió este diagnóstico en la conferencia que pronunció en el
evento informativo que organiza Nueva Economía Fórum, ante la atenta mirada del
ministro de Asuntos Exteriores y de Cooperación, José Manuel García-Margallo,
que promovió su nombramiento. Si quieren empezar a corregir el problema, deben
pelear por desterrar la apropiación patrimonial de sus propias filas, visible
en cada manifestación callejera azul, en cada reivindicación ultra sea
religiosa o política, visible en la ostentación ante sus líderes o contra los
del resto, siempre usada como arma excluyente. Todo el mundo sabe que tras una
pulsera rojigualda, o pegatina en un coche, hay un individuo de extrema-derecha
en un 70% de ocasiones, franquista en un 20%, y variados en el 10% restante.
Todos sabemos que en las manifestaciones de los derechistas los ultras se
identifican con la bandera española como su enseña y que grupos o individuos
violentos se amparan tras ella.
Todavía
se puede empeorar si los defensores institucionales de símbolos que deberían
unir, son tan torpes para no darse cuenta de que todos recuerdan atrocidades
del pasado, que reflejan otros símbolos que incluso por ley deberían ser
quitados de la faz pública, como nombres de golpistas en calles e iglesias, o
cuando el pueblo ve que no defienden la dignidad de los españoles enterrados en
cunetas ¡en ningún otro país civilizado del mundo! Si no ven que eso excluye no
deberían formar parte de las instituciones de este país. Para mucha gente, los
símbolos de la patria, son los españoles, las personas que viven sufren y
trabajan, o quieren hacerlo, aquellos sin los cuales la sociedad dejaría de
funcionar o simplemente no existiría, son los desahuciados por los banqueros,
los niños que necesitan comer en colegios públicos para mantener dignamente la
población. El mayor símbolo patrio del que sentirse orgullosos colectivamente
se percibe en el sistema sanitario español, uno de los mejores y más baratos
del mundo y vemos como se está destruyendo. Los símbolos patrios negativos
apartan, restan, aumentan la huída cuando no se ve voluntad de corregirlos, son
los evasores fiscales, empresarios, cantantes, personajes… que ‘adoran la
patria’ pero tienen su dinero en el extranjero, o el símbolo de la corrupción
imperante sin que asuman responsabilidades políticas y/o judiciales... La actuación durante la crisis económica y política está
sembrando el país de desafectos, por la destrucción realizada y llevará a la
exclusión y miseria a un tercio de españoles que solo querrán huir, escapar,
independizarse y como no podrán hacerlo sumarán simpatías a todos los que se
enfrenten al gobierno español, sean independentistas catalanes o vascos.
Otra vuelta
de tuerca que dañará la convivencia la está dando la política partidista del PP,
alejado de una visión de estado, lo cual supone considerar a todos, carece de
visión integradora, de entender que España no es suya, que los símbolos no son
suyos, que la patria si quieren usar este concepto, son los españoles todos, y
no solo los nacional católicos, tener
visión de estado implica ser inclusivo en cualquier movimiento que se haga, tener
en la cabeza la idea de compartir, de sumar amigos
de la Constitución mejor que restar apoyos, implica pensar para el largo plazo
aparcando réditos electorales a corto, lo cual incluye salidas a la crisis económica
fundamentalmente inclusivas sin dejar gente por el camino que debilitarán la
sociedad a medio plazo, incluye salidas que se vean como mejores para amplias
mayorías, alternativas que se perciban de mayor calidad para los desfavorecidos
que las otras, no se trata tanto, o tan solo, de cuestionar lo malo de la secesión,
o su imposibilidad legal… como de mostrar lo bueno de la unión en un proyecto
ilusionante de futuro, la gente quiere vivir junto a otros cuando percibe buen
trato, ventajas y cariño superiores a vivir separado. No se trata de describir
maldades o tropiezos de los otros, como de describir bondades nuestras, sentir
orgullo de nuestra historia, pero no de la suya, sino de la que puedan sentirse
orgullosos amplias mayorías.
Ahora
parece que tratan de aprovechar de forma partidista el problemón soberanista
para destrozar/expulsar al PSOE y a las izquierdas del contenido común de
defensa de lo español, pretenden
obtener con ello el rédito electoral que perderán con la crisis económica, lo
cual lo único que hace es confirmar lo difícil que es sentirse español, que
según el esquema de pensamiento derechista requiere sentirse vencido, parecen
decirnos ‘a los otros los dejamos aquí
tirados’. En vez de construir un entorno positivo, lo cual quiere decir participar
con las mismas reglas, derechos y esperanzas en construir una sociedad
incluyente, que implica sin vencedores ni vencidos, de todos, en el que
apetezca vivir y por tanto defender, lo cual necesita dejar a un lado
tendencias patrimonialistas excluyentes, como las que muestran las políticas
anticrisis del gobierno PP, corrupción, ladrones sueltos, ayudas a los ricos
mientras dejan en la miseria a millones de españoles. A lo que se añade el
olvido tradicional de los miles de muertos en las cunetas, que rompen cualquier
ilusión de sentirse todos españoles, como pueden pedir a la gente defender a España,
tratando a tanta gente con tanto desprecio. En este sentido similar al
tratamiento dado por CiU, las derechas españolas son muy parecidas, ocultar con
la emoción nacionalista los problemas derivados de las políticas de austeridad
en las condiciones de vida, lo cual tendrá también costes para ambos.
Uno
de los pocos momentos en que las muchedumbres se abrazan a la bandera sin
ideologización de vencedores y vencidos, es cuando la Roja gana en el fútbol, porque tras la alegría de esa
noche, no se esconde la identificación de un sector de la derecha española,
sino la expresión contenida de querencia común ante un grupo de gente de
múltiples rincones de España que trabaja en equipo para obtener una finalidad
colectiva. Nadie ha hecho más por difundir el símbolo nacional que el fútbol
de la Roja, y supongo que quedará para la historia estudiarlo.
Manuel Herranz Montero. Diciembre 2013. Epílogo, capítulo 10 del libro ‘Catalunya. Camino a la
secesión’.
No hay comentarios:
Publicar un comentario