Cuando yo era joven aprendí que las huelgas eran un arma utilizado por los trabajadores para presionar a los patronos y conseguir sus reivindicaciones. La esencia de la huelga era crear una situación que perjudicara al patrón lo suficiente como para forzarle a realizar cálculos sobre lo que perdía por la huelga, y lo que le costaría satisfacer la demanda de los trabajadores. Si las pérdidas por imposibilidad de ventas, por daños en el negocio, por daños en la marca y pérdida de clientes etc. eran superiores a la demanda, estaba claro que había que pagar.
El problema del mundo moderno y del sector público en huelga es que a quien perjudican es a los trabajadores, (usuarios, pacientes de sanidad), como en el caso del metro. Se hace una huelga contra la patronal por pretender romper un acuerdo colectivo, algo verdaderamente grave, pero se perjudica y atenta contra iguales, decenas de miles de trabajadores, y no contra el patrono, que es el Gobierno de la Comunidad de Madrid, (Aguirre, González, Granados…) a quienes perjudica poquito que deje de funcionar el metro.
Es un conflicto de intereses que generará conflicto entre iguales, problemas para llegar a trabajar y volver a casa, dañarán a trabajadores y finalmente tendrá repercusiones en un cierto desgaste y desprestigio sindical. Con lo fácil que se entienden las motivaciones en las huelgas realizadas en instalaciones industriales y lo difícil que se entienden en sectores públicos y menos si dan por supuesto que todo el mundo estará con ellos. Las huelgas pueden tener un coste de desprestigio y alejamiento de los sindicatos si no son percibidas las motivaciones por los usuarios de los servicios públicos, claramente perjudicados y aquí falta trabajo de explicación, por mucha razón que se tenga.
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