3. LA DEMOCRACIA SE INSTALA EN ESPAÑA
Y CATALUÑA
La singularidad de la nación catalana, la
cual tiene su propio ámbito territorial, se fundamenta en la voluntad colectiva
de ser, su identidad cultural y el catalán como lengua común de nuestro
país.
Asamblea Nacional Catalana
Dinámica
centralista-autonomista en el nuevo Estado
A finales del franquismo estaba claro
para amplios sectores de población la necesidad de una descentralización,
acercar las decisiones a la ciudadanía, mayor poder a lo local, y regional, que
permitiera desarrollos mas armónicos y equilibrados, pero no existía conciencia
nacional en las reivindicaciones salvo en Cataluña, y País Vasco en menor
medida, aunque mayor violencia. En todo caso las luchas en esos territorios
lograron estatutos con la mirada puesta en los anteriores de 1932 y 1936, los nuevos
no fueron inferiores en derechos a los referentes, y en aquellos momentos
parecían colmar las aspiraciones mayoritarias de sus pueblos y representantes
políticos.
Las luchas desarrolladas lo serán
masivamente contra la dictadura, genéricamente, por la democracia la mayoría de
ellas, por la revolución algunas pocas –otra cuestión es qué revolución tenía
cada cual en la cabeza-. Las luchas, mayoritariamente no eran por una República
Federal, ni siquiera por un Estado de las autonomías como quedó, aquellas
movilizaciones tenían mucho de anti-represivas, anti-dictadura, por la mejora
de condiciones de vida y trabajo, mejoras en los barrios, construcción de
escuelas y ambulatorios, dotación de servicios de transportes, asfaltado y
parques, derechos laborales, libertad sindical y política, libertad de
organización, manifestación y expresión, luchas feministas, divorcio, aborto,
derechos para las mujeres en plano de igualdad laboral y jurídica, contratar,
abrir cuentas, crear empresas...
Nadie puede explicar razonablemente la
existencia de todas las autonomías actuales, algunas como Asturias, Cantabria,
La Rioja, tan extremas en población y territorio con el resto, o la propia
creación autonómica de Madrid. La descentralización a lo municipal quedó pronto
atascada, tarea pendiente, incluso de definir la dimensión qué debería tener lo
local para ser eficaz, o sostenible diríamos hoy -8.118 ayuntamientos no parece
que sea sostenible, más de la mitad de los cuales tienen menos de 1.000
habitantes, solo hay 400 por encima de
20.000 habitantes, cifra que consideran muchos urbanistas como adecuada para
dar vida propia sostenible a una ciudad-. El empuje regionalista centró
todas las fuerzas contra el centralismo.
Existía una conciencia antiespañola generada por la carcunda,
el carnet de español, la historia, los
símbolos, se los apropiaron los ganadores de la guerra y larga postguerra,
lo cual generó un amplio sentimiento de rechazo a los mismos. Eran los costes
de una política de exclusión, más de la mitad de los españoles habían sido
excluidos de una empresa común, de una historia común. Éramos apátridas, no
sentíamos como propia la historia que nos habían contado y no se defendía lo
nacional opuesto a los nacionalismos periféricos, aquella imagen española no
era defendible -es un problema irresuelto hoy día- la palabra España era
impronunciable como nación de los españoles, las reminiscencias franquistas la
dotaban de un contenido no aceptado, Estado español era el término utilizado en
revistas y escritos para encajar las naciones que lo conformaban. La paradoja
era que muchas personas en ámbitos no derechistas, sin dar partida de
nacimiento a la nación española, reconocían la nación catalana, la vasca, la
gallega… esta dinámica continuará y hoy muchos individuos negarán la existencia
de las naciones hasta el XIX, pero aceptarán sin pestañear los postulados
secesionistas que se refieren a la independencia nacional. Todo se mezclará y
así parecerá que España no hubiera existido nunca como colectivo social, al
tiempo que se le opone la existencia de Cataluña, mientras tanto los
extranjeros verán preferentemente España, y serán visibles señas de identidad y
marcas españolas por Europa y América, desde el siglo XV.
En aquellos años, surgieron
regionalismos por todas partes, todos querían independizarse de España como si
ésta fuera un invento de Franco. Apoyados en grandes movilizaciones obreras,
estudiantiles y de barrios, élites territoriales, empresarios regionales y
políticos locales vieron la posibilidad de ocupar parcelas de poder, por lo que
fueron colando sentimientos nacionalistas donde no los había y España se llenó
de ellos, apoyados por partidos con miedo a quedar marginados de aquellas
mareas, incluidos algunos de extrema izquierda –no todos, el marxismo no potenciaba
aquellas historias-. Las elecciones fueron cribando fuerzas desde el principio,
manteniendo en País Vasco y Cataluña un cierto peso los partidos nacionalistas
moderados, Galicia un poco menos y prácticamente inexistentes en el resto,
aunque aumentaron con el paso del tiempo los sentimientos autonomistas en todas
partes, creándose la figura de los barones regionales en todos los partidos. El
caso es que durante todo este tiempo nos hemos dedicado a crear sentimientos
locales, y seguimos sin tener una historia de la historia colectiva, un relato
aceptado mayoritariamente por los españoles, con el cual podamos sentirnos
orgullosos, al menos, cómodos, y susceptible de enfrentar a los discursos
periféricos y localistas, para lo cual debe ser suficientemente fuerte y
popular. En 1988 Francisco Alvira Martín
y José García López publicaron ‘Los españoles y las Autonomías’ en Papeles de
Economía Española, FIES 35/1988 que recoge estudios sobre el tema, y del
que publican los siguientes datos:
Los cuadros sintetizan la evolución
del conflicto centralismo-autonomismo entre 1987-1976, 10 años de transición,
en cuanto a Evolución de aspiraciones
políticas regionalistas, destacan
Cataluña y País Vasco sobre el resto en valores muy superiores a la media,
interesante ver la evolución al alza de todas las reflejadas, menos Galicia, a
destacar por ser el motivo de este trabajo Cataluña, quien parece que en
aquellos momentos se colmaban sus aspiraciones con el Estatuto de 1976 y la
subida del País Vasco y posterior retroceso. En general había aspiraciones
descentralizadoras aunque no interpretadas como autonomistas, tendencias ambas
en dirección opuesta que se irán consolidando con el tiempo, con mayor caída
del centralismo que aumento del autonomismo. A destacar en el caso catalán, los
valores de independencia entre el 6% y 15%, como más alto de la década,
sensiblemente inferiores a los mostrados por los defensores del centralismo.
Seguimos sin tener claro qué tipo de
estado resolvería mejor nuestros problemas, por la diversidad de intereses
cruzados, en el que sería insensato pensar que predominan mayoritariamente los
independentistas. En aquellos momentos todo parecía más difícil, y se consiguió
una solución que funcionó 35 años, sin tener la experiencia del desarrollo
autonómico que hoy tenemos para poder juzgarlo, sabemos que no fue desarrollado
todo lo que podría haber sido, por ejemplo, el Senado era una necesidad. Hoy
debería ser más sencillo que entonces encontrar salidas, que para ser posibles
y efectivas deberían sumar amplios consensos, lo cual implica ceder por todas
partes. Del estudio citado anteriormente dos aspectos que destacan en las
comunidades autonomistas; uno, el previsible aumento de sentimientos
nacionalistas apoyado en el refuerzo de las señas de identidad, y dos, que País
Vasco y Cataluña, tienen muy alta proporción de residentes procedentes de otras
regiones, 47% y 40% respectivamente, -Madrid 56%-, por las migraciones de
décadas anteriores -y protagonistas del desarrollo de las mismas- lo cual
acrecienta la posibilidad de rupturas internas en procesos secesionistas con
pueblos tan heterogéneos.
Existen tendencias descalificadoras de
la Transición, arropadas en los errores, el desgaste producido y la grave
crisis política y económica, a cada individuo le parecen la justificación a las
ideas que soñara o defendiera en la juventud y que nunca llegaron a plasmarse
en realidades, entre otras razones por ser rechazadas en su momento por amplias
mayorías de ciudadanos. Sería insensato pretender que todas las posturas
estuvieran unidas en torno a objetivos comunes, las desavenencias lo son por
múltiples motivos en múltiples grupos de intereses contrapuestos, así lo que
unos quisieran mas centralizado otros lo quisieran con mayor autonomía o independiente,
lo que unos quisieran rojo, otros más azul, las diversas fuerzas existentes no
consiguen suficientes voluntades como para imponer su criterio anulando el
resto.
En el tema autonómico, muchas cosas
fueron construidas sin planes precisos, quienes lo tenían más claro eran los
vascos y catalanes, miraban a la situación de la República, la reivindicación
catalana fue el Estatuto del 32. La situación ahora, con los logros del actual
Estatuto mejoran aquella referencia, pero otra vez los cambios en la
correlación de fuerzas lo orillan como inservible, respecto al conjunto
autonómico hay enormes cambios respecto a los ideales recogidos en primitivos
documentos y congresos de todos los partidos, las prisas y la variante
modificación de fuerzas provocadas por los movimientos sociales determinaron el
resultado. La construcción de la democracia y la integración europea ajustaron
aquel Estado, que hoy se desajusta por la crisis que está provocando el desvanecimiento de la democracia
representativa. No es tanto un problema ideológico, o de proyectos ideales, ni
siquiera de estrategias de largo plazo, sino un problema de funcionamiento, de
ley electoral y partidos y de justicia rápida, que permitieran abordar los
problemas con otros mimbres.
Los cambios profundos solo serán
posibles con amplias mayorías que los sustenten, lo cual es dificilísimo en un
país tan diverso y plural como éste, cuya mayor fuerza aproximadamente un
tercio, lo representaría tanto en fuerza como en poder electoral en la medida
que lo concentra la derecha del PP, puede contener dentro desde opciones de
extrema derecha, pasando por la derechona, hasta llegar a los conservadores homologables con derechas europeas
y cercanos al centro. Un tercio lo representarían las fuerzas de izquierdas,
rojas, verdes, malvas, ácratas, abstencionistas, y nunca con esa fuerza
electoral debido a su dispersión. El otro tercio puede estar entre todos los
nacionalismos periféricos, nada que ver unos con otros. El problema como
siempre será pensar en lo que usted quiere y considerar lo que quiere el resto.
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‘’Que la mayor parte de todas esas tradiciones
ancestrales fueran inventadas, como en el resto de Europa, hacia la segunda
mitad del siglo XIX, cuando no ya bien entrado el XX, no tiene ninguna
importancia. Lo que algún historiador llama ‘el envejecimiento del presente’
responde a una idea halagadora del tiempo que permite sufrir siempre como
recién recibidos agravios que, si fueron ciertos, los padecieron otros hace
siglos: pero también celebrar como propios, y envanecerse de ellos, logros o
aciertos de desconocidos que llevan muertos miles de años, y que sin embargo
forman parte de ese nosotros entre publicitario y místico del narcisismo
colectivo. ’’
Antonio Muñoz Molina ‘Todo lo que era
sólido’ Seix Barral.
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