Juzgar el pasado con los criterios de hoy
día es una estupidez, no tiene valor histórico, ni moral, conducirá a errores
siempre, los criterios comparativos en todo caso deberían ser puestos en
cuestión con situaciones de la misma época. Teniendo claro que en cada época y
situación podríamos encontrar elementos denigrantes, brutales, o del tipo que
fuere mirados desde la fecha actual. Comparaciones con la actitud de los
imperios mostrarían la exageración de atribución de mayor calidad humanística
al imperio inglés, francés u holandés, que al español, y ello aun considerando
que el español data de muchos años antes, lo que teóricamente podría justificar
una menor humanidad. Textos de españoles en defensa de los indígenas americanos
hay suficientes desde el siglo XVI:
‘’ amparados previamente en la
legalidad de Alfonso X, que indicaba juzgar desmanes e incumplimientos aunque
fueran cometidos en nombre de los soberanos, norma inexistente en Inglaterra,
Francia u Holanda, así la Reina Isabel de Castilla combate las tropelías contra
los indígenas americanos, fueron perseguidas y no amparadas degradando y
destituyendo a Cristóbal Colón, porque éste vende como esclavos indígenas
americanos en Sevilla, -la reina anula la venta por no considerarlos esclavos-,
el 20 de junio de 1500 la Reina Isabel emite cédula real en la que ordena poner
en libertad a cuantos fieles vasallos de sus tierras allende la Mar Océana
hubieran sido privados de ella por compraventa como esclavos. Tomado de
‘Siempre tuvimos héroes’ de Javier Santamarta del Pozo, Edaf 2019.
Bartolomé de las Casas será el más
conocido de los dominicos, pero no el único que escribirá documentos y lanzará
proclamas encendidas enfrentándose a los Colón u otros gobernantes del Nuevo
Mundo, como hizo Fray Montesinos en defensa de los indígenas, para que fueran
considerados vasallos igual a los de cualquier pueblo castellano, según las
ideas de la Reina Isabel.
El 27 de diciembre de 1512 tras varios
días de deliberaciones en Burgos por un conclave de intelectuales y poderosos,
el Rey Fernando firmará las ‘Leyes de Burgos-Ordenanzas reales para el
buen regimiento y tratamiento de los yndios’, amparadas en el derecho
de Castilla y León, bajo la indicación/soberana de Juana, hija de Isabel y
Fernando, y para su aplicación en el Nuevo Mundo, en las que se abolió la esclavitud
indígena, reconociendo que los indios eran libres. Tomado de ‘Siempre
tuvimos héroes’, Javier Santamarta.
Las ‘Leyes de Burgos’, por ejemplo,
prohibían llamar a ningún indio perro ni darle ‘ningún otro nombre que no sea
el suyo propio’’. José Varela Ortega, ‘España un relato de
grandeza y odio’, Espasa.
Muchos episodios de aquel imperio son
poco conocidos, como el de la defensa del idioma Quichua, en
tiempos de Felipe II. El siguiente comentario está tomado del muro de
Facebook de José Antonio Rodríguez: ‘’En 1560 en
Valladolid se publica el Diccionario y Gramática General del Quechua, apenas 15
años después de la llegada del primer virrey del Perú a Lima. Hoy el quechua es
lengua oficial en al menos dos países, Perú Y Bolivia, se debe a la labor
científica de los misioneros españoles en recopilar, estudiar y dar estructura
gramatical moderna a esa lengua. Y al rey Felipe II que costeó su edición a
cargo de la imprenta real.’’
En la conquista debieron existir
brutalidades, pero situémonos, en aquellos tiempos en Europa a los niños que
robaban una manzana se los cortaba las manos. Para empezar muchos de los que se
embarcaban hacia las nuevas tierras eran reos de muerte o condenados a
perpetuidad, al ir a las nuevas tierras reducían penas. Por supuesto hubo
apropiaciones, explotación, y un largo etc. al igual que mucho más
recientemente en todas las ocasiones en que Inglaterra, Francia, Alemania,
Holanda, Bélgica se expandieron por oriente y por África, o por Australia.
Siempre juzguen lo ocurrido insertado en su época y situación concreta.
Los conquistadores españoles de aquellos
tiempos no fueron más sanguinarios que el resto de europeos, ni mucho menos, al
contrario. Existen pruebas documentales sobre el comportamiento e ideas de las
élites dominantes españolas, la Corona e Iglesia, de comportamientos más
humanitarios que los de otros europeos, comportamientos que no conocemos de
otros imperialistas europeos, incluidos los norteamericanos en su conquista del
Oeste, incluidos los sudamericanos muchos años más tarde, viejos o nuevos o
mezclados, en su conquista de territorios aniquilando las tribus indígenas
nativas.
Es cierta la enorme disminución de
población mexicana tras la llegada de los españoles, pero en gran parte debida
a los nuevos virus y bacterias, a las enfermedades que llegaron a ese mundo,
procedentes de Europa. Son ciertas las guerras allí libradas, pero en gran
parte fueron enfrentamientos entre tribus nativas mexicanas, uno de cuyos
bandos apoyaban los españoles.
Son muy pocos numéricamente los
conquistadores españoles que arribaban en cada viaje, algunas decenas, así que resulta
prácticamente imposible que allí se produjera una guerra de conquista entre los
invasores y los indígenas nativos causante de miles de muertos, por mucho que
los invasores tuvieran armas más mortíferas que los indígenas. Enrique Moradiellos en ‘Conquista y
colonización’, aporta claves muy interesantes para
comprender mejor aquello:
‘’ sin
duda, tuvo un papel determinante la expansión militar, con sus gestas y atrocidades
verídicas o exageradas. Es una faceta siempre subrayada por las visiones
catastrofistas y la leyenda negra antiespañola de origen protestante, como si
las restantes experiencias imperiales hubieran sido diferentes por pacíficas
(idea falsa por completo).
Pero también es cierto que esa conquista
tuvo un éxito fulgurante porque se inscribió en “una guerra de indios contra
indios” (Bernat Hernández). Y en ella los españoles (como luego los
portugueses, franceses, ingleses…) aprovecharon las fisuras internas de los
pueblos indígenas enfrentados, articularon alianzas con sus facciones y
consiguieron así someter imperios mediante una combinación de fuerza,
diplomacia, astucia y golpes de fortuna.
Solo
así se entiende que en 1521 el poderoso imperio azteca de México y su propia
capital (Tenochtitlán, con más de 200.000 habitantes) estuvieran ya bajo el
poder de Hernán Cortés y sus 500 soldados y 100 marineros (más unos 30 caballos
y 10 cañones), que habían partido desde Cuba en 1519 (y tras haber sumado contingentes
indígenas opuestos al brutal dominio azteca, como el millar de guerreros
totonacas o los 3.000 guerreros tlaxcaltecas). Y lo mismo sucede con el imperio
inca en la cordillera andina, que contaba con 14 millones de súbditos, pero
estaba al borde de la guerra civil y afrontaba la hostilidad de grupos étnicos
sometidos (como los cañaris, los limas o los charcas). En 1532, en Cajamarca,
un puñado de 200 españoles con unos 30 caballos al mando de Francisco Pizarro
pudo apresar al desconcertado emperador Atahualpa, pese a estar protegido por
7.000 guerreros incas tan anonadados como su jefe.
El
resultado asombroso de esas operaciones fue la rápida expansión española por el
continente con un número muy reducido de hombres que contaban con evidente
superioridad tecnológica militar. Pero que también contaron con la ayuda de la
sorpresa ante su audacia, del temor ante las epidemias generadas por los recién
llegados y de las alianzas de los conquistadores con los grupos étnicos
sometidos cruelmente a los imperios precolombinos…’’
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