(En la foto mi padre y unos amigos en 1952)
Recuerdo las voces de mi madre llamándome ‘Looolíííínnnnn’ se prolongaba durante un rato y llegaba a los rincones donde se suponía me escondía jugando. Recuerdo los inviernos, eran frios y húmedos. Y nevaba. Hacía frio de verdad.
No, no había calefacción, a veces teníamos brasero de cisco, (ramas finas carbonizadas) que había que encender dando un poco de aire con un papel, la mano o soplando y con una badila cubrir ayudado con ceniza para que no se consumiera demasiado deprisa, manteniendo el calor durante el mayor tiempo posible.
El brasero se ponía bajo la mesa camilla y al sentarse metiendo las piernas bajo las faldas de tela de la camilla, o en su cercanía, te mantenía caliente. Sobre la mesa se estudiaba o se hacían cuentas, mi padre nos ponía un lápiz y papel a mi hermano y a mí y nos daba montones de medidas de tabiques tantoxcuanto a tal el metro, para hacer presupuestos o cobrar facturas de lo pintado. Las tardes noches eran muy largas y la compañía era la radio, por eso daba tiempo a hacer de todo, por ejemplo a dibujar. Mi padre dibujaba muy bien, y pintaba y hacía figuras con escayola y así me fue metiendo en ese mundillo, al que me empujaba habitualmente con láminas y con visitas domingueras a ver las pinturas italianas del Monasterio.
Las madres en aquellas camillas cosían, remendando todo, los calcetines, pantalones, camisas... La ropa no se tiraba nueva como ahora, nunca pasaba de moda, incluso servía para reconocer al individuo, o a sus hijos que la heredaban. Aquella pelliza, o abrigo, pasaba del padre muerto al hijo y era una forma de identificarle, ‘si hombre ese que lleva la pelliza tal, tal’.
La mayoría de los pueblos de España no tenían agua, ni por supuesto hospital, aunque mi pueblo era privilegiado, cercano a Madrid y centro tradicional de vacaciones de la alta burguesía, visitado por todo tipo de autoridades cada dos por tres, tenía algunas mejoras de comunicación y sanitarias respecto al conjunto, con una población en torno a los 7000 habitantes se mantuvo mucho años, que vivían del turismo, de muy poca ganadería, construcción y trabajos vinculados artesanales, carpintería, cerrajería, albañilería, pintura, y los pocos servicios, tiendas y hostelería.
Nos lavaban puestos en pie en un gran barreño de cinc, previo calentar agua en la cocina. El lavadero donde iban casi todas las mujeres a lavar la ropa que portaban en grandes barreños ayudadas por nosotros los chicos, quedaba a unos 500 metros en el camino del cementerio, aprovechaba uno de los muchos arroyos que bajaban por las laderas de la montaña, arroyos que tenían fuentes por el monte, y que fueron desapareciendo poco a poco.
Los privilegiados tenían cocinas de esas grandes en el suelo, algunas casas antiguas las mantenían, eran la forma de dar calor y cocinar. Los normalitos en aquellos pisitos pequeñajos usaban cocinas altas de hierro, que encendíamos con papel, luego astillas y después carbón, calentaban el ambiente y la comida. Claro salía el humo por las chimeneas y a veces por dentro de la casa, cuando la encendías mal o revocaba el aire. -En las modernas cocinas de imitación antigua, mi tío Antonio me enseñó a hacer el pico de ganso para que el aire entrara y saliera sin tocar el hogar llevándose el humo-.
A mitad de los cincuenta las cifras españolas eran:
Analfabetismo femenino de un 20% y masculino de un 10%
Mortalidad infantil de un 50 por mil
Agricultura 45% Industria y construcción 28% Servicios 27%
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