El exilio moral de Iglesias... en Cataluña. Teodoro León Gross. 22-01-21
Hay
demasiados paralelismos entre el nacionalpopulismo ‘procesista’ y el
nacionalpopulismo ‘trumpista’
No deja de
asombrar la naturalidad con que algunos aplauden a rabiar los mensajes
inaugurales de Biden como verdades reveladas en el Monte Sinaí —unidad
nacional, defensa de la Constitución y de la democracia demasiado frágil, valor
de la verdad frente a los hechos alternativos…— sin percibir contradicción
alguna con seguir defendiendo las virtudes del procés. Sin establecer un
paralelismo, hay demasiados paralelismos entre el nacionalpopulismo procesista y
el nacionalpopulismo trumpista como para soslayar la cuestión: el
desprecio por la legalidad, la refutación del Estado de Derecho, la fabricación
de verdades.... asuntos medulares, pero ahí siguen erre que erre, como si
pudiera convivir la denuncia radical del trumpismo con la defensa
apasionada del procesismo.
Claro que,
puestos a asombrarse, nada como ver ahí a un vicepresidente del Gobierno de
España. Al cabo, en Cataluña llevan muchos años confundiendo territorio y
verdad, urnas de Todo a 100 y democracia 100%, entre ficciones históricas y
consignas vía TV3; pero Iglesias equipara a Puigdemont y los exilados del
franquismo. Este periódico le invitaba a rectificar; pero él, atrincherado en
Twitter, replica que no va a “criminalizar el independentismo”. ¿A quién se le
hubiera ocurrido pedirle que respetase una sentencia del Tribunal Supremo? En
todo caso, nadie le reclamaba eso, sino rectificar la comparación de un
golpista que huye de la legalidad con ciudadanos de un régimen legal que huían
de golpistas. Eso es una frontera moral.
Resulta
ilusorio que Iglesias vaya a rectificar, salvo cálculo posterior. Él sabe que
su criterio del exiliado podría incluso servir para García Juliá en sus décadas
brasileñas, después de los crímenes de Atocha desde ideas ultraderechistas.
Iglesias no es un ignorante y tampoco un estúpido; lo que deja poco margen a la
interpretación. Sin duda cree que el nacionalismo catalán le fortalece, y además está en vísperas electorales: a diferencia de
Galicia y Euskadi, su legislatura está agotada; carece de presidente investido;
no hay confinamiento completo... Iglesias, en fin, actúa calculando el
beneficio electoral, y el coste moral le resulta irrelevante.
El
pragmatismo populista resulta peligroso. Lo ocurrido en EE UU hubiera podido
ser un buen espejo para valorar, más allá de la literatura académica, cómo se
degradan las democracias, y quiénes. Sin embargo, para el populismo maniqueo de
buenos y malos, de conmigo o contra mí —lejos de mensajes complejos para
adultos— Biden sólo es el Antitrump. Nada importa su defensa del Estado de
Derecho, bah; su concepto de estrategia nacional, aquí desarmada; la
separación escrupulosa de poderes, mientras aquí a La Moncloa le cae una
denuncia del Poder Judicial por amplia mayoría; o que la portavoz de la Casa
Blanca proclame “siento un profundo respeto por la prensa independiente en
democracia”, mientras aquí el segundo partido de la coalición hasta publica un
panfleto para atacar a periodistas y periódicos. Acabado Trump, ya nada de esto
importa. Para el seriófilo, sólo es un capítulo acabado. A otra cosa.
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