ENTREVISTA | Jorge Polo Blanco: «El separatismo es un movimiento
neofeudalista»
El ensayista ha publicado ‘Romanticos y racistas’, una indagación en la
sustancia ideológica de los nacionalismos periféricos
ÓSCAR BENÍTEZ. 07/01/2022
Jorge Polo Blanco nació en 1983, y es oriundo de
Guadalajara. «De la española, no de la mejicana», aclara. Vive desde 2015 en
Ecuador, país en el que ha venido ejerciendo como profesor universitario.
Actualmente, desempeña su labor en la Escuela Superior Politécnica del Litoral,
ubicada en la cálida ciudad de Guayaquil. Acaba de publicar el revelador
ensayo Románticos y racistas (El Viejo Topo), en el que bucea
en los orígenes reaccionarios y racistas del galleguismo, el catalanismo y el
nacionalismo vasco. En 2020 publicó otro libro polémico, titulado Anti-Nietzsche.
La crueldad de lo político. Siempre se ha definido como «una persona de
izquierdas, e incluso como marxista».
Afirma que este libro es un «ajuste de cuentas contigo
mismo». ¿Por qué?
Sí, en cierto modo es así. Durante años comulgué con
esa monserga de la plurinacionalidad y del derecho de autodeterminación. De vez
en cuando Facebook me «recuerda» comentarios de hace seis o siete años…y me
quedo atónito. Me digo a mí mismo: «mira, qué insensateces tan monumentales
escribías». También yo estuve obnubilado por esas patrañas. Afortunadamente,
fui capaz de arrojar el sapo venenoso que me había tragado… Las izquierdas
españolas hegemónicas han asumido unas ideas descabelladas, en lo que a la
«cuestión nacional» se refiere. Unas ideas que son completamente inasumibles
para la tradición política de la que se supone proceden. Desde los postulados
del marxismo no cabe aplicar el «derecho de autodeterminación» a las regiones
de España. Pero de ninguna de las maneras. Llevamos muchas décadas
equivocándonos.
En su libro, sostiene, en contra del lugar común, que
«galleguismo, catalanismo y vasquismo» son movimientos puramente reaccionarios.
¿Cuál es la razón?
Así es. Son movimientos reaccionarios de manual. Sus
orígenes, allá en el siglo XIX, tienen que ver con el rechazo frontal del
liberalismo político. Los padres intelectuales del galleguismo, del catalanismo
y del vasquismo fueron declarados enemigos de las «ideas de 1789». Es decir,
eran tradicionalistas y nostálgicos del Antiguo Régimen. El carlismo operó en
todos ellos de una manera determinante. Estaban en contra del Estado moderno. Y
estaban en contra de la moderna nación política, que implica una
homogeneización jurídica, es decir, la abolición de los fueros, la abolición de
todas las instituciones y de todas las jurisdicciones medievales…
«Es
tragicómico ver a buena parte de nuestros izquierdistas del
siglo XXI, casi siempre cómplices del separatismo, reclamando privilegios
fiscales o autogobiernos regionales apelando a Reinos y a Señoríos medievales…
Marx y Engels se estarán removiendo en su tumba»
Ellos no querían nada de eso. Ellos querían conservar
las jurisdicciones del Antiguo Régimen, las viejas fronteras medievales, los
feudos. Los regionalismos-separatismos son movimientos neofeudalistas. Es
tragicómico ver a buena parte de nuestros izquierdistas del
siglo XXI, casi siempre cómplices del separatismo, reclamando privilegios fiscales
o autogobiernos regionales apelando a Reinos y a Señoríos medievales… Marx y
Engels se estarán removiendo en su tumba.
También pone de manifiesto que el racismo está en el
corazón de estas corrientes.
Eso es perfectamente documentable. Ahí están los
textos. Cuando empecé a investigar todo ese asunto, me quedé pasmado. La cosa
era mucho peor de lo que en un principio hubiera podido imaginar… Los ideólogos
del galleguismo, del catalanismo y del vasquismo manejaron sistemáticamente
ideas racistas. Un racismo muy crudo, de corte biologista. Apelaron incluso a
lo «ario»… Y no fueron teóricos de segunda o tercera fila, desconocidos
artífices de panfletos marginales. Nada de eso. Sustentaron teorías racialistas
y discursos políticos racistas los principales ideólogos de dichos movimientos.
Y lo hicieron en sus obras principales. Ahora tratan de silenciarlo, pero ahí
están las pruebas documentales. Lean el libro, los escépticos.
El nacionalismo gallego es menos conocido y pujante
que el catalán y el vasco. ¿Es menos reaccionario o xenófobo?
Siempre ha tenido mejor fama, pero es un
espejismo. El galleguismo es tan reaccionario como los otros. Y el racismo está
muy presente en los orígenes de la ideología galleguista. Hablan de la «raza
gallega» todo el rato, de la sangre pura de una raza celta… El delirio del
celtismo es uno de sus fundamentos teóricos. Manuel Murguía y
Vicente Risco, padres fundadores del galleguismo, eran
obscenamente racistas. Incluso el sacralizado Castelao, figura idealizada por
nuestras izquierdas, tenía una idea etnicista y telúrica de la «nación
gallega», con ciertos toques de xenofobia y con otros componentes tremendamente
delirantes. Castelao era un declarado antijacobino. Elogiaba a Sabino Arana, y
con eso está todo dicho…
«El
nacionalismo gallego siempre ha tenido mejor fama, pero es un
espejismo. El galleguismo es tan reaccionario como los otros»
El rechazo a lo andaluz ha sido recurrente en el
nacionalismo catalán: mientras Jordi Pujol habló del andaluz como un «hombre
destruido», Artur Mas aseguró que los niños de Sevilla hablaban castellano
«pero no se les entendía». ¿Cómo explica, entonces, la simpatía con que
partidos como Adelante Andalucía miran al separatismo catalán?
Es inexplicable. Podríamos achacarlo a la indigencia
intelectual de los dirigentes de tal formación, no lo sé, o a una distorsión
ideológica de proporciones colosales.
Por cierto, los núcleos doctrinales del andalucismo
son igualmente delirantes. Blas Infante, un oscuro personaje que se convirtió
al islam, tenía unas ideas completamente disparatadas. Pensaba que la «esencia
verdadera» de Andalucía es islámica. Creía el insigne «Padre de la Patria
andaluza» que el fortalecimiento político y espiritual de la Andalucía
contemporánea —cuya identidad subyacente se hallaría sojuzgada— pasaría por
alguna suerte de restauración de aquel Al-Andalus del Califato
de Córdoba. Porque la identidad auténtica de los andaluces es
mahometana. Ahí es nada. Infante ha sido ensalzado y canonizado por las
izquierdas, de forma incomprensible. Que un hombre sea vilmente asesinado por
unos criminales facciosos no significa necesariamente que las ideas por él
profesadas sean intachables, legítimas o razonables. El etnicismo también
aparece en Infante, por cierto, y en otros padres del andalucismo como Isidro
de las Cagigas.
El nacionalismo hoy no apela a la raza, sino a la
«identidad cultural». Suena mejor, pero… ¿debemos desconfiar?
Intentan disimularlo, empleando a todas horas esa
pegajosa retórica de la «identidad cultural». Es cierto que, en sus orígenes,
también emplearon toda la artillería metafísica del romanticismo y del
idealismo alemán. Hablaban del «espíritu del pueblo», de la «psicología de los
pueblos»… conceptos metafísicos y romántico-reaccionarios de procedencia
germánica. Pero su nacionalismo es al mismo tiempo etnicista y organicista. Hoy
en día no hablan de «raza» porque sienten cierto pudor, pero su idea de nación
es inocultablemente etnicista. En el fondo, están apelando a la «comunidad de
sangre». En cierto modo, son movimientos indigenistas, puesto que apelan a las
«esencias ancestrales» y a la pureza de lo nativo…
Asimismo, los nacionalistas periféricos defienden
construir la «Europa de los pueblos». ¿Es compatible esa aspiración con los
ideales de la Unión Europea?
Es que, en realidad, cuando utilizan esa expresión
están apelando a la «Europa de las culturas». Pero la «Europa de las culturas»
no es otra cosa que la «Europa de las etnias». Por cierto, ese proyecto fue
alumbrado por los nazis; fueron ellos los que dibujaron un mapa europeo
atendiendo a la distribución territorial de las razas y de las etnias. Que no
nos engañen con la palabra «pueblo», porque a lo que se están refiriendo es a
las etnias.
«Hoy en día
los nacionalismos no hablan de ‘raza’ porque sienten cierto pudor, pero su idea
de nación es inocultablemente etnicista»
Lo que están proponiendo es lo siguiente: a cada etnia
y a cada lengua, su Estado. ¡Pero tal cosa es la utopía más reaccionaria que
quepa imaginar! Quieren disolver las actuales naciones políticas y los actuales
Estados —tildados por esta gente de «carcasas artificiales»— para que afloren las
auténticas y genuinas culturas. Qué preciosidad. ¿Pero qué
pretenden? Redefinir todas las fronteras y redistribuir el poder
político-estatal atendiendo a criterios etnolingüísticos es un disparate
monumental de consecuencias inimaginables, que nos conduciría necesariamente a
un escenario explosivo, atravesado por tensiones territoriales irresolubles.
Tribalismos de toda índole y particularismos excluyentes. Toneladas de
xenofobia y delirantes proyectos etnicistas. Ese sería el resultado. ¿Cómo
es posible que buena parte de las izquierdas sigan comulgando con semejantes
proyectos? Todavía no soy capaz de explicármelo.
Según usted, el término «independentista» no se
corresponde con el verdadero propósito de este movimiento. ¿Nos lo explica?
Porque puede dar lugar a un espejismo gravísimo. Esos
movimientos políticos deben ser denominados separatismos o secesionismos.
Considero que no se les debería denominar «independentistas», puesto que con
ello pareciera sugerirse —muy equívocamente— que lo que pretenden es recuperar algo
que ya tuvieron en el pasado y se les arrebató injustamente. Cataluña,
Asturias, Andalucía, Galicia o las provincias vascas jamás fueron naciones
políticas, que posteriormente hubieran sido «ocupadas» o «colonizadas» por
Castilla o por España. Semejante relato es pura fantasía.
Félix Ovejero ha sentenciado en más de una ocasión que
«no hay nada más comunista que el territorio político». ¿Lo suscribe?
Lo suscribo con todas las letras. El territorio es el
bien público supremo. Por lo tanto, nadie tiene el derecho de enajenarlo o
trocearlo. La ilegítima secesión de una parte del territorio nacional debe
entenderse como una suerte de privatización de lo común. Tal
vez, diciéndolo en esos términos, se enteren de una vez Íñigo Errejón y Pablo
Iglesias Turrión. Escuchen esto: los que troceasen o fragmentasen dicho
territorio, así tuvieran un millón de votos, estarían incurriendo en una
gigantesca apropiación indebida. El territorio es una riqueza
colectiva inenajenable. Independizar una parte de dicha
riqueza colectiva no es un gesto liberador. Es un descomunal latrocinio,
una privatización de lo que es de todos.
«Desde las
izquierdas nos proclamamos acérrimos defensores de ‘lo público’. Y así debe
ser. Pero algunos no quieren entender que el bien público más importante es el
territorio político. Si nos usurpan el territorio, lo perdemos todo»
Pero hay demasiados izquierdistas,
conchabados inexplicablemente con el separatismo, que son incapaces de entender
esto. El territorio político es una propiedad común, la más común de todas las
propiedades. El territorio no es de nadie porque es de todos. Desde las
izquierdas nos proclamamos acérrimos defensores de «lo público». Y así debe
ser. Pero algunos no quieren entender que el bien público más importante es el
territorio político. Si nos usurpan el territorio, lo perdemos todo. Es el bien
común más primordial. La primerísima riqueza colectiva de la que disponemos es
el territorio soberano. Esa riqueza es la base de todas las otras riquezas. Y
ninguna de las partes constitutivas de ese todo tienen derecho a enajenar lo
que es de todos.
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