‘’Llamo mundos mentales cerrados a los propios de las
sectas, círculos de elegidos, creyentes en la salvación colectiva, alimentados
por ideologías globales, con respuestas para todo; comunidades que solo reciben
su propia e interesada información y desconfían de cualquier aporte proveniente
del exterior, al que creen hostil, y que castigan o excluyen a quien se obstina
en plantear dudas o mantener opiniones propias… Lo primero que se necesita para
liberarse de esas grutas es, desde luego, una cierta actitud rebelde, un
individualismo, una propensión a la independencia personal más que a la lealtad
incondicional hacia el grupo…
Ocurre con las sectas, por antonomasia religiosas.
Pero también con los grupos políticos, en general radicales, de derechas o de
izquierdas, como nacionalismos o populismos: hablan únicamente entre ellos,
leen su propia prensa, oyen su canal de televisión, no permiten que voces
ajenas les cuestionen su visión del mundo. Lo tranquilizador es que exista una
verdad, garantizada por una autoridad. Lo contrario, lo propio del espíritu
libre, es afrontar la realidad sin armadura, a pecho descubierto, aceptando que
la verdad es múltiple, que sus fragmentos viven dispersos, que hay que oír a
todos y estar dispuesto, hasta el final, a aprender, a cambiar de opinión. Hace
falta mucha fuerza para eso’’.
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